viernes, 5 de diciembre de 2008

CAP. XII . DONDE SE CUENTA COMO UN SUBDITO DE LA REINA GINEBRA, TUVO UN ENCANTAMIENTO CONSISTENTE EN UNA MANCHA ROJA EN UN OJO

CAP. XII . DONDE SE CUENTA COMO UN SUBDITO DE LA REINA GINEBRA, GRAN SABIO ESTUDIOSO, TUVO UN ENCANTAMIENTO CONSISTENTE EN UNA MANCHA ROJA EN UN OJO TAL QUE A CUALQUIER LUGAR QUE MIRASE SE LE APARECÍA, CREYENDO ÉSTE QUE ERA COSA DE MAGIA POETICA.
Un libro lleva a otro, ya que me había llamado la atención la referencia a la Teoría de los Anagramas de Ferdinand de Saussure, del cual hacía no mucho tiempo que había leído su “Curso de Lingüística”, habiéndome gustado e interesado enormemente. Después de husmear un poco por las librerías me acabé comprando un libro, uno más, llamado “Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure” de Jean Starobinski, donde se cuenta el caso de unos trabajos realizados en el periodo 1906-1909 por el ginebrino padre de la lingüística poco antes de comenzar a elaborar el ya mencionado, inacabado y póstumo “Curso de lingüística”, pues tampoco lo publicó, siendo alumnos suyos los que a su muerte lo entresacaron de sus notas y apuntes.
Starobinski empieza a estudiar una colección de cuadernos llenos de tachaduras, 135 si no he contado mal, por lo cual me siento solidarizado y acompañado en mi tarea analítica, y aún le admiro grandemente por su esfuerzo, le han tocado muchísimos más que a mí. Estos cuadernos, y alguna correspondencia de Saussure, están referidos a una manía obsesiva que le dio al ginebrino al considerar que para la composición de poesías se usaba una técnica oculta basada en los anagramas, si bien he de decir que no eran exactamente eso, sino lo que él denomina hipogramas o también paragramas, esto es un tipo de anafonía no perfectamente cuadrada y que poco tienen que ver con los anagramas menardianos perfectos, cuya cuadratura matemática es esencial.
En los de Saussure no sólo no hablamos de anagramas perfectos sino que la imperfección es grande, es más, sólo se refiere a una especie de idea o motivo, maniquí lo llama él en algún momento, que cree ir descubriendo en los versos que analiza. La idea suya comienza al tener que preparar un curso sobre poesía francesa, y para esto empieza a estudiar la poesía en general y en cualquier idioma y época. Se dirige en principio a versos antiguos griegos, luego latinos y después hacia cualquier lengua o edad. Finalmente, en su obsesión, descubre estos seudoanagramas en cualquier sitio, incluso en la prosa antigua o moderna, acabando medio loco pues lo veía en todas partes, incluso en sus mismos escritos. Por supuesto no lo publicó, pues se dio cuenta a tiempo de su manía obsesiva y de su error, dedicándose, afortunadamente para la humanidad, a la preparación de su Curso de Lingüística.
El asunto al que se refiere Saussure es un tal concepto de palabra-tema. Así en la Eneida (a Virgilio le dedicó nada menos que 19 cuadernos) cree ver que a lo largo de sus versos está oculta esa palabra-tema, que en este caso piensa que es “priamides”, esto es hijo de Príamo, rey de Troya, y así se lanza a descubrir como escondido entre los renglones está ese termino, “priamides”, por todos los versos, y si en alguno fallase, en alguna letra o letras, es que hay un préstamo de estas en el verso siguiente o siguientes. En otro texto de Tito Libio la palabra-tema es Apolo, porque así lo ha pensado o elegido, y en otros textos de otros autores escoge a su gusto la palabra que más le gusta o considera adecuada. Una locura completa, y si Menard hubiese sabido de esto, que no pudo saberlo, hubiera dicho: pues bien facilito me lo pones ¡así cualquiera!
Para otras poesías elegía otras palabras-tema, y así empezó a rellenar cuaderno tras cuaderno, con muchas tachaduras observables, dedicándose a los versos saturnios (17 cuadernos y un fajo de añadidura), Homero (24 cuadernos), Séneca y Horacio (1 cuaderno), Lucrecio (3 cuadernos), Ángel Ponciano (11 cuadernos), Ovidio (3 cuadernos), Thomas Johnson (13 cuadernos) o 26 cuadernos dedicados a la métrica védica, y muchos más a diferentes autores. En los Nibelungos buscaba las palabras tema en acontecimientos o personajes históricos, y en otros casos lo que a él se le ocurriese o considerase oportuno.
He de decir que la lectura de este libro me animó mucho, me consoló, y me hizo ver que mi empeño en analizar los pocos, en comparación, cuadernos de Menard era una tarea posible, pues muchas veces la creí inabordable por lo farragoso del trabajo y lo desagradecido que es tratar de explicar una locura maniática de alguien, por muy importante e interesante que sea. Por otra parte mi trabajo me parecía estar basado en hechos más serios y concretos que los de Saussure, así Menard era más estricto, más exigente consigo mismo, y más difícil en su objetivo. Aún admitiendo prestamos de otros renglones no dejaba de intentar encajar las letras sobrantes, si consideramos que para él la palabra-tema era la firma, de alguna manera, del autor. No descuidando cuadrar las otras letras en frases vueltas con cierto sentido, cosa que aunque lo intentaba no conseguía, pero hay que reconocerle que el método en principio era más serio y riguroso que el del ginebrino.
Por otro lado Saussure planteaba un tema de lo más curioso y de una belleza enorme, intentar explicar la poesía mediante un método general, el abismo de la invención e inspiración poética mundial e histórica, en todos los idiomas, compendiado en leyes anagramáticas de amplio espectro y manga ancha. Pierre, más humilde, sólo lo intentaba en un autor y en un único idioma, que por no ser el suyo habría que darle unos puntos más, y con un motivo, la búsqueda de un cierto lugar, que, aunque no tiene por que ser cierto o existir, si podemos decir que lo tenía bien fundamentado, trabajado y estudiado.
Me gustó también, en este libro, saber que Saussure reconocía tener horror a la pluma, lo mismo me pasa a mi, y que tenía que rehacer 4 o 5 veces cada frase, siendo mi caso mucho peor pues veo a veces que es hasta 15 o 20, y aún así no me quedo contento y siempre pienso que me quedan mal. Aunque tengo cierta excusa pues estoy tratando el Quijote, tan increíblemente bien escrito, bordado en cada frase sin excepción, y en su comparación cualquier cosa que escriba me parece sosa y no pensada. Pero antes de escribir nada ya me había dado cuenta que intentar un mínimo contrapunto a Cervantes era cosa ilusoria, ni intentarlo por aproximación. Si no hubiera llegado a esta conclusión creo que no hubiera podido poner ninguna frase, pero en esta vida hay que ser humilde, y más si se esta empezando a escribir y encima sobre el príncipe de las letras y basándose en los estudios de un trilero galo y loco.
Pero volviendo al asunto de Saussure y sus anagramas, la cuestión es que se fija en algo tan nimio como encontrar material fónico suficiente como para buscar una palabra-tema (hipograma, que no es lo mismo que anagrama, ni mucho menos) y analizar los versos, buscando compensaciones fónicas en otros versos, cuanto más cercanos mejor, cuando así lo necesita, y si se hace de forma perfecta lo llama anagrama (mal llamado), y si no anafonía, que sería la forma imperfecta, según él.
Veo también que no se trata de leer con las mismas letras un verso distinto, que es justo lo que Menard intentaba. En el libro de Starobinski se informa de que Tristán Tzara creía que Francois Villon utilizaba este método, el que buscaba Menard, para la composición de sus poemas, e incluso se sospecha algo así de François Rabelais.
Sin embargo Saussure no lo tenía nada claro, de hecho no sólo no lo publicó sino que lo dejó aparcado por imposible, pero eso no quita el poder decir que durante unos años de su vida le obsesionara por completo. Ya he dicho que cuando creyó confirmar su teoría en la poesía se dedicó a la prosa, con los mismos resultados positivos, y ahí es donde se debió empezar a mosquear un poco. En todos los sitios que miraba veía lo mismo, anagramas, de los suyos claro, lo cual le desconcertaba totalmente. El azar no puede repetirse una y otra vez, aquí hay algo. En la poesía pensaba que podía tratarse de un método, una regla, un truco, utilizado secretamente por los poetas, que se lo iban pasando unos a otros de generación en generación, sin que nadie, excepto él, se hubiera percatado. Pero en prosa la cosa cambiaba.
Así pues, empezó a darse cuenta de que algo no funcionaba, algo fallaba en su argumentación, tenía que haber un error en todo esto. Y así descubre que hay un “riesgo de ilusión”. Georges Mounin, otro comentarista de estos cuadernos de Saussure, nos dice que cuando miramos a todas partes y siempre hay una mancha roja, lo más seguro es que haya una mancha roja en nuestro ojo. Y esto es lo que le pasó al ginebrino, que con su obsesión y su liberalidad para elegir una palabra-tema, la que mejor le viniera, con compensaciones de letras o fonemas, a elegir, entre versos y todas las facilidades que se le pudiesen ocurrir, llegó pues a encontrar lo que buscaba en todo, verso o prosa, cualquier época, idioma, y lo que se le pusiese por delante, incluso en sus mismos escritos.
Con la poesía llegó a pensar en una formula secreta de los poetas, una tradición oculta jamás revelada, un secreto celosamente guardado al igual que los magos guardan sus trucos cual tesoros escondidos con celo profesional. Starobinski se pregunta ¿ningún traidor a través de generaciones? Saussure llegó a tratar de sonsacar epistolarmente a un poeta de forma tímida para que le hablara de todo esto, y, tras una primera carta, a la segunda se quedó sin respuesta.
Más tarde Saussure empieza a comprender su error, su obsesión crea la ilusión y confunde una necesaria armonía sónica, que cualquier poeta suele buscar lógicamente, con un método mal llamado anagramático. En realidad la armonía puede exigir aliteración (búsqueda de sonidos repetidos afines), ecos, consonancias, espectros, subconsciente, musicalidad concordante, y todo lo que pueda hacer inducir a pensar en una o unas palabras-tema que armonicen y reúnan todo el aroma que rodea un poema.
Como cosa curiosa ha caído en mis manos estos días un artículo en EL PAIS, escrito por Octavio Martí desde Paris, sobre el poeta oulipiano (considero que Pierre Menard es un precursor del Oulipo, movimiento literario del que hablaré más adelante) Jaques Roubaud, el cual en un momento dado dice:
“Si usted, por la mañana, se levanta y tras el café de rigor se sienta ante una hoja en blanco, es duro, muy duro. Pero si tiene que escribir un poema para celebrar, pongamos por caso, una boda, entonces la imaginación se pone en marcha. ¡Epitalamios se han hecho toda la vida! Decides que para escribir los primeros versos sólo utilizaras las letras que figuran en los nombres de ella, que en los versos siguientes te limitaras a las letras de él para, por fin, puesto que de festejar una boda se trata, mezclaras las letras de los dos en el último verso. Porque si uno no se fija unas reglas, puede acabar por escribir lo que ya está escrito.”
Esto es un ejemplo para mí de uno de los millones de trucos, técnicas, sistemas o métodos que los poetas pueden emplear para hacer sus experimentos poéticos, no el único ni mucho menos como hubiese pensado Saussure en los momentos álgidos de su manía obsesiva. Y es que algo de lo que él buscaba puede haber en algún momento y con algún poeta, y sólo en cierta medida, pero no siempre y con todos los poetas, idiomas, épocas, y hasta con los prosistas, incluido uno mismo.
En 1960 Raymond Queneau y François Le Lionnais crean un movimiento literario llamado Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle o taller de literatura potencial) en el que se integran de forma general escritores que practican con trabas, inventándose reglas demenciales (por ejemplo, escribir un libro sin utilizar una determinada vocal, o poemas de una palabra por verso) y se definen como ratas que deben construir ellas mismas el laberinto del que se proponen salir. Mezclan matemáticas y literatura, y se ofrece un procedimiento de creación donde conceptos como restricción, semántica, fonética, combinatoria, algoritmo, fractal, son importados de las matemáticas y se aplican a las palabras y las letras.
De ahí a considerar que ha existido ese tipo de talleres literarios desde la antigüedad y que sus técnicas han sido secretas y se pasaban de generación en generación sin ningún traidor que les delatase, es caer en un espejismo en toda regla. Con todo, ya digo, este fiasco de Saussure (¡y antes de ponerse a escribir sus apuntes para su genial Curso!) me animó mucho, siendo de las pocas cosas que lo han hecho mientras escribo este libro, pues entre la marrullería emborronada de los cuadernos de Menard, y lo liante y caótico de todo este tema, muchas veces pensé en tirar la toalla y considerar todo este asunto de las aventuras anagramáticas de ese loco francés como algo despreciable por ser excesivamente disparatado y extravagante. Pero ya ven, Saussure en persona, respetado y admirado científico de la lengua, por menos se molestó más, y eso me sorprendió y ayudo en definitiva a tomar el bolígrafo y apuntar con él en dirección al papel, y poder así contar algo menos alocado, aunque también en ese punto y dirección, como lo son mis análisis sobre la documentación de Menard.

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