viernes, 5 de diciembre de 2008

8 caminos hacia el lugar olvidado de la Mancha

¿A que pueblo se estaba refiriendo Cervantes cuando dijo “En un lugar de la Mancha …” y luego no quiso acordarse de su nombre?, a uno cerca de Puerto Lapice llamado Urda, sólo necesito una oportunidad para explicarlo y tengo el problema de cómo contarlo pues el tema es largo de plantear. He escrito un libro es de cerca de 400 páginas, un ensayo de unas 27, y finalmente he escrito un articulo de unas diez, demasiado resumido pero más fácil de digerir y trato de que sea ameno y entretenido. Las razones básicas que doy para identificar el lugar son las siguientes:

1ª) A don Quijote lo daba el sol en la cara en su primera salida en un día de los calurosos del mes de julio dirigiéndose a Puerto Lapice, eso indica una procedencia del oeste y a una distancia de unos 40 Km., justo donde está Urda.

2ª) En la segunda salida, esta vez con Sancho Panza, recorre el mismo camino, se encuentra con unos molinos de viento (los de Consuegra y Madridejos) a unos 10 o 15 Km. del lugar de partida, pero para esto se necesita un pequeño desvío hacia el norte (a unos dos Km.) cosa que explica diciendo que en ese momento el sol les daba “a soslayo“ y no como en la primera (en la que al hidalgo el sol le causaba “más pesadumbre“).
3ª) En el primer regreso, con Puerto Lapice necesariamente a su espalda, se encuentra con unos mercaderes toledanos que van a comprar seda a Murcia. Si trazamos una línea desde Toledo a P. Lapice y calculamos unos 40 Km. desde este último pueblo nos encontraremos con Urda.

4º) Cuando don Quijote llega molido a palos a su aldea tras su primera aventura pide al ama que mande llamar a la maga Urganda, que con sus famoso ungüentos curaba cualquier mal, y poco después el ama le dice que no se necesita a esa urgada, jugando con el nombre de la maga.

5ª) Todo un prólogo para explicar que como nadie le hace unos versos iniciales los tiene que hacer él mismo. Los primeros y extraños versos que aparecen (son de pies cortados y muy misteriosos) se titulan “Al libro de don Quijote, URganDA la desconocida, y ahí se habla de unos “indiscreto hieroglíficos” y de no “fijarse en dibujos“.

6ª) Pero si se observa bien el dibujo que aparece en la “E” capital del comienzo de la narración “En un lugar de la Mancha …” se puede resolver este curioso jeroglífico del lugar ya que aparecen camufladas cuatro letras: U, R, D, A.

7ª) En la segunda parte del libro, una vez derrotado en Barcelona y de regreso a la aldea, pide permiso al Duque para continuar camino ya que es más propio de vencidos caballeros habitar en una ÇaURDA que no en reales palacios.

8ª) En su último libro (Persiles) desde el Quintanar llegan a un pueblo “de cuyo nombre no me acuerdo (así, en presente de indicativo)” tras una curiosa introducción a esta parte y donde se cuenta que hay dos alcaldes y uno de ellos ha estado cautivo en Argel. Urda tenía dos alcaldes en aquella época pero además los nombres de dos regidores, Berrueco y Crespo, se corresponden con los pocos nombres que Cervantes asocia con el lugar de la Mancha en el Quijote. El apellido Cervantes también se corresponde con el de uno de los dos alcaldes que había en Urda en aquella época y fueron muchísimos los alcaldes de Urda con ese apellido, así como hay algún Crespo. En la confluencia de este pueblo con el camino de la ventas aparece la Vega de Esquivias y las Casas de la Vega de Esquivias, están en lo que ahora es la antigua Estación de Urda. Urda perteneció a Alcázar de San Juan y éste a Montiel, lo que también coincide con lo que se dice en el Quijote, que al salir de su aldea hacia P. Lapice se encontraba en el Campo de Montiel o en sus contornos. Entonces se podría decir que no mentía Cervantes, porque los campos de Montiel comenzaban en los mismos términos municipales de Alcázar de San Juan, y conociendo como conocemos, que este comprendía el lugar del hidalgo, nada se contrapone geográficamente con la aseveración de lo novelado por Cervantes. Para más coincidencias tiene una cuestecita que subir y luego bajar para llegar a él desde Barcelona, tal y como se afirma en la última llegada, y además está rodeado de hermosas carrascas que podrían corresponderse con las mejores bellotas de la Mancha que según le habían asegurado a la duquesa eran famosas las de allí por su tamaño.

Cervantes era muy aficionado a las adivinanzas, en la Galatea, al final del libro, nos proporciona 9 con la particularidad de que en una de ellas la solución es la propia adivinanza y en la última no se proporciona la solución (a modo de intriga o “continuará”). También deja el enigma de quién era Avellaneda, pero dando pistas veladas que han hecho correr ríos de tinta. Todo esto es difícil de explicar y queda claro que lo he tratado de resumir al máximo, lo bonito e interesante es verlo sobre el terreno, es decir sobre los textos. La oportunidad que pido es dejarlo exponer más largo y tendido, con más datos, citas y comentarios, pero para eso se necesita más tiempo y más páginas. Esperando haber despertado su atención, un saludo



Fernando Álvarez Junco,















(fajunco@hotmail.com)
En los Tiempos de Cervantes no había cine, ni TV, ni radio, ni periódicos, ni revistas, ni imágenes de pinturas (excepto iglesias) o fotos, ni Internet, y casi todo eran tertulias donde se contaban cuentos, historias, juegos de palabras, y el arte de hablar y narrar era más decisivo en una reunión, donde había repentizadotes de un poema escuchado una sola primera vez, grandes memoristas, entonadores magníficos y circulaban mil historias a través de charlatanes, vendedores ambulantes, afiladores, lenceros, barberos (como el padre de Cervantes). Es importante ver la historia de las fiestas y los concursos en aquella época. Se ponían cartones en las paredes de los ayuntamientos con enigmas o jeroglíficos, adivinanzas y otras mil formas de pasatiempos, siendo conocido que al anochecer había de retirarlas de los tablones del consistorio y meterlas dentro, pues la gente te las llevaba si no robándolas, hay descripciones de todo esto . Las ciudades importantes hacían concursos de pasatiempos, acertijos y mil formas variadísimas que se pueden ver en los estudios de Rafael de Cózar, o en Enigmística. Sencillamente otras diversiones eran difíciles y la gente se aburría, yendo a la plaza a ver que se cocía, y darle a la sin hueso era una opción casi única en medio de ese aburrimiento escaso de noticias del mundo exterior. Pero cómo contar esto es pocas palabras, decir sólo que era una época de juegos de palabras en reuniones y formas difíciles en arte queda soso y extenderse y explicarlo puede aburrir al lector.

El primen enigma literario que podemos observar en la obra de Cervantes aparece ya en su primer libro, la Primera parte de la Galatea (1585), donde (en su Sexto y vltimo libro) y ya acercándose a sus páginas finales se plantean entre los pastores ocho preguntas (adivinazas) que han de ser formuladas y resueltas en orden, se llama jugar a preguntas y respuestas, o a qué es cosa y cosa o, entre los niños, a qué es cosi-cosi. La quinta de ellas tiene gracia porque la respuesta es la propia respuesta (la solución de la adivinanza es la propia adivinanza), es así:

Elicio

Es muy escura y es clara;
tiene mil contrariedades:
encúbrenos las verdades,
y al cabo nos las declara.

Nasce, a veces, de donaire,
otras, de altas fantasías,
y suele engendrar porfías
aunque trate cosas de aire.

Sabe su nombre cualquiera,
hasta los niños pequeños;
son muchas y tiene dueños
de diferente manera.

No hay vieja que no se abrace
con una destas señoras;
son de gusto algunas horas:
cuál cansa, cuál satisface.

Sabios hay que se desvelan
por sacarles los sentidos,
y algunos quedan corridos
cuanto más sobre ello velan.

Cuál es nescia, cuál curiosa,
cuál fácil, cuál intricada,
pero sea o no sea nada,
decidme qué es cosa y cosa.

Y en la última pregunta un acontecimiento dramático pastoril impide dar la solución que parece quedar como para más adelante y finalmente es olvidada o relegada para la siguiente entrega (la segunda parte de la Galatea, prometida hasta el final de los días del autor y jamás publicada) y en definitiva nos quedamos sin saber la solución. Se trata pues de un juego muy completo de adivinanzas y con sus intríngulis y todo. Este hecho ha sido poco o nada señalado y menos comentado y como consecuencia de esto nadie en 429 años nos ha podido proporcionar la solución. Su siguiente libro, 20 años después, el Quijote en su 1ªparte, comienza con una frase sospechosa de contener una adivinanza, el lugar olvidado de decir, y en la 2ª parte del Quijote vemos aparecer otro enigma, quién fue Avellaneda, que también ha hecho correr ríos de tinta, no así la adivinanza olvidada por todos de resolver que ha pasado desapercibida al gran público y a los escudriñadores cervantistas más detallistas y avizores. Ésta octava y última de las adivinanzas es así:

“GALATEA
Tres hijos que de vna madre nascieron con ser perfecto,
y de vn hermano era nieto el vno, y el otro padre;

y estos tres tan sin clemencia a su madre ma[l]tratauan, que mil puñadas la dauan, mostrando en ello su sciencia.

Considerando estaua Blanca lo que podia significar la enigma de Galatea, quando vieron atrauessar corriendo, por junto al lugar donde estauan, dos gallardos pastores, mostrando en la furia con que corrian que alguna cosa de importancia les forçaua a mouer los passos con tanta ligereza, y luego …” .

Y luego, desde aquí hasta el final, se olvida el asunto de los tres hijos tan perfectamente crueles con su madre y que a la vez se mostraban tan científicos dándola mil puñadas. Es lo primero que hay que adivinar y después ya sólo queda adivinar el lugar de la Mancha (si no lo son todos los pueblos de la Mancha a la vez y la adivinanza en realidad no existe) y la identidad de Avellaneda (aquí sí, alguien tuvo que ser).

El segundo de los enigmas, el lugar de la Mancha, ha sido hoy día definitivamente identificado, aunque de forma extraordinariamente acientífica, muy discutible y por demostrar, y con argumentos colgados en trémulos alfileres, por el erudito historiador galo Pierre Menard, según los análisis realizados sobre documentación suya recientemente aparecida, aun inédita y que se pretende presentar poco a poco, con cautela y con la parsimonia debida, en su debido momento.

El tercer enigma también ha sido finalmente desentrañado, en medio de una cascada de novelas policíacas sobre el caso Avellaneda, el encargado de realizar la edición y notas del EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA dentro de la campaña "UN QUIJOTE, UN EURO" de la Biblioteca IV Centenario, el eminente filólogo y sabio insigne José Luís Pérez. López, catedrático de Lengua y Literatura de la Universidad de Castilla-La Mancha puso algunas notas de José López Navío en las que se señalaba a Pedro Liñan de Riaza como gran sospechoso de haber escrito el apócrifo Quijote.

Ese mismo año se produce un acontecimiento, histórico, al publicar el citado J. L. Pérez López un ensayo titulado “Una hipótesis sobre el Don Quijote de Avellaneda: De Liñán de Riaza a Lope de Vega“ (2005) así como otro “Lope de Vega, Pedro Liñán de Riaza, el dios Cupido y Avellaneda” (2005), y más tarde “Nuevos poemas atribuibles a Pedro Liñán de Riaza” (2007) y “La verdad en la historia y la verosimilitud en la literatura: el sintagma "Libros de caballerías" en el Quijote y un episodio poco conocido en la vida de Lope de Vega” (2007), en estos ensayo se van presentando pruebas de que la sospecha que cae sobre Liñan es más seria de lo que parece, a pesar del hecho de que la muerte de éste se produce dos años después de la 1ª edición del Quijote, esto es en el año 1607, por lo que el manuscrito estaría durmiendo hasta 1614, siete años después, y después una mano invisible (Lope de Vega, quizá ayudado por Medinilla u otros) hace aparecer en imprenta, con algunos cosidos (Lope) al principio y al final y todo el prólogo, que es jugoso, el texto olvidado del difunto Liñan.

Complicado pero tras las pruebas y comentarios de Pérez López perfectamente explicado, y en mi opinión definitivamente resuelto. Referencias y pruebas si las quieren en los sobredichos ensayos y si quieren más los podrán encontrar en Antonio Sánchez Portero que paralelamente a Pérez López ha trabajado en la misma hipótesis y señala y da mucha importancia a una indirecta, que se pasa de marrón oscuro, al final, ya en la despedida, de la 2ª parte del Quijote de Cervantes, es en este párrafo:

“Para mí sola nació don Quijote, y yo para él : él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, …”. Verdaderamente pasa a ser una alusión prácticamente directa a la identidad oculta de Avellaneda que unida a los razonamientos de uno y otro autor dan por concluido el enigma, a la lectura de sus escritos me remito y dejo la cuestión por ahora.

Respecto al segundo enigma, la aldea del Quijote y Sancho, debo retomar la peregrina cuestión con todas las precauciones posibles, pero debo decir que la tesis de Menard es que se trata de un pueblo nunca sospechoso ni citado por nadie, en la dirección opuesta a donde todo el mundo pensaba (excepto A. Blázquez, que se inclina por la ruta noroeste, cerca de Quintanar y José Terrero que la sitúa en el camino de Toledo a Murcia) y no olvida decir su nombre, se trata de Urda, cerca de Puerto Lapice por el noroeste, y esto es defendido con valentía y no sin cierta osadía. Según él las razones básicas que se dan para identificar el lugar son las siguientes:

1ª) A don Quijote lo daba el sol en la cara en su primera salida en un día de los calurosos del mes de julio dirigiéndose a Puerto Lapice, eso indica una procedencia del oeste y a una distancia de unos 40 Km., justo donde está Urda.

2ª) En la segunda salida, esta vez con Sancho Panza, recorre el mismo camino, se encuentra con unos molinos de viento (los de Consuegra y Madridejos) a unos 10 o 15 Km. del lugar de partida, pero para esto se necesita un pequeño desvío hacia el norte (a unos dos Km.) cosa que explica diciendo que en ese momento el sol les daba “a soslayo“ y no como en la primera (en la que al hidalgo el sol le causaba “más pesadumbre“, luego le daba de frente).

3ª) En el primer regreso, con Puerto Lapice necesariamente a su espalda, se encuentra con unos mercaderes toledanos que van a comprar seda a Murcia. Si trazamos una línea desde Toledo a P. Lapice y calculamos unos 40 Km. desde este último pueblo nos encontraremos con Urda.

4ª) Todo un prólogo para explicar que como nadie le hace unos versos iniciales los tiene que hacer él mismo. Los primeros y extraños versos que aparecen (son de pies cortados y muy misteriosos) se titulan “Al libro de don Quijote, URganDA la desconocida, y ahí se habla de unos “indiscreto hieroglíficos” y de no “fijarse en dibujos“.

5º) Cuando don Quijote llega molido a palos a su aldea tras su primera aventura pide al ama que mande llamar a la maga Urganda, que con sus famoso ungüentos curaba cualquier mal, y poco después el ama le dice que no se necesita a esa urgada, jugando con el nombre de la maga.

6ª) Si se observa bien en una edición princeps (se recomienda la de 1608) el dibujo que aparece en la “E” capital del comienzo de la narración “En un lugar de la Mancha …” se puede encontrar una posible pista para resolver este curioso jeroglífico del lugar ya que aparecen camufladas cuatro letras:U, R, D,A.

Todo esto lo complica mucho Menard (demasiado en mi opinión) con una extraña demostración de una posible relectura de la profecía del barbero a don Quijote en la jaula de madera, donde por métodos sorprendentes y de dudoso academicismo llega otra vez al nombre de Urda, en un inaudito consorcio de una paloma tobosina (que resulta ser la mano zurda) y el león manchado de que se habla, de donde saca que cuando yoguiren en uno se vería LEO(NZ =T =yoguir en uno)URDA.

7ª) En la segunda parte del libro, una vez derrotado en Barcelona y de regreso a la aldea, pide permiso al Duque para continuar camino ya que es más propio de vencidos caballeros habitar en una çaURDA que no en reales palacios.

8ª) En su último libro (Persiles) desde el Quintanar llegan a un pueblo “de cuyo nombre no me acuerdo (así, en presente de indicativo)” tras una curiosa introducción a esta parte y donde se cuenta que hay dos alcaldes y uno de ellos ha estado cautivo en Argel (como Cervantes). Urda tenía dos alcaldes en aquella época pero además los nombres de dos regidores, Berrueco y Crespo, se corresponden con los pocos nombres que Cervantes asocia con el lugar de la Mancha en el Quijote. El apellido Cervantes también se corresponde con el de uno de los dos alcaldes que había en Urda en aquella época y fueron muchísimos los alcaldes de Urda con ese apellido, así como hay algún Crespo. En la confluencia de este pueblo con el Camino de la Ventas (Toledo-Sevilla) aparece la Vega de Esquivias y las Casas de la Vega de Esquivias, están en lo que ahora es la antigua Estación de Urda. Este pueblo perteneció a Alcázar de San Juan y éste a Montiel, lo que también coincide con lo que se dice en el Quijote, que al salir de su aldea hacia P. Lapice se encontraba en el Campo de Montiel o en sus contornos. Entonces se podría decir que no mentía Cervantes, porque los campos de Montiel comenzaban en los mismos términos municipales de Alcázar de San Juan, y conociendo como conocemos, que este comprendía el lugar del hidalgo, nada se contrapone geográficamente con la aseveración de lo novelado por Cervantes. Para más coincidencias tiene una cuestecita que subir y luego bajar para llegar a él desde Barcelona, tal y como se afirma en la última llegada, y además está rodeado de hermosas carrascas que podrían corresponderse con las mejores bellotas de la Mancha que según le habían asegurado a la duquesa eran famosas las de allí por su tamaño.

Todo esto ha sido explicado muy rápido pero si vemos los estudios de Menard más despacio y con más detalles es posible encontrar algo más de sustancia de la hasta ahora expuesta en pistas numeradas sin mucho orden y concierto. Presento ahora una relación comentada de las afirmaciones hechas por el estudioso francés en sus desordenados y casi ilegibles cuadernos, encontrados en una gran caja de cartón y rodeados de ciertos extraños caracteres tipográficos, para ociosos lectores aficionados a estos temas y menudencias, sería tal que así:

Así Menard se fija en una ínfima y sutil pista, una menudencia, un comentario sobre un detallito, un verbo en singular en vez de plural (caminaua) y se puede sacar de aquí una pequeña y precaria pista orientativa. Éste es el pasaje en el que debemos fijar nuestros ojos:

“Acerto don Quixote a tomar la misma derrota y camino que el que el auia tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el qual caminaua con menos pesadumbre que la vez passada, porque, por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigauan.”


Es un dato sobre la orientación del sol en el primer viaje regalada al comienzo del segundo de don Quijote, esta vez acompañado por Sancho Panza, y que unido a la dirección seguida:

“Autores ay que dizen que la primera auentura que le auino fue la del puerto Lapice, otros dizen que la de los molinos de viento;…”(cap.II Q1)

Nos indica que el rumbo es el mismo en los dos viajes pues después de los molinos también llegan a Puerto Lapice. Luego esta segunda aventura, ya con su escudero, ha de ser “la de los molinos de vientos”, y la primera, con nuestro hidalgo en solitario buscando y consiguiendo ser armado caballero por un ventero, ha de ser “la del puerto Lapice”. Y por si había alguna duda se afirma que estas dos primeras aventuras del Quijote, sólo o acompañado, discurren por “la misma derrota y camino que el que el auia tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel”.

Conclusión, por ahora, siempre que el hidalgo sale de su aldea lo hace por la misma dirección, hacia Puerto Lapice. Eso mismo pasará, según se verá, en la tercera y última salida hacia el Toboso. Y sabemos que cerca de la aldea hay una zona de molinos de viento, ya que los avistan al poco de salir por la mañana. Aunque en la primera salida no se dice nada del paisaje ya que el hidalgo iba triste por no haber sido aún armado caballero y caminaba ensimismado (“Yendo pues caminando nuestro flamante auenturero, yua hablando consigo mesmo”), no prestando atención al panorama.

La gran oportunidad que nos proporcionan estos datos es que nos permiten orientarnos desde un punto concreto, Puerto Lapice, y por la dirección en que el sol te castiga con sus rayos se puede deducir de donde ha de venir el Quijote para que vaya caminando “con menos pesadumbre que la vez passada”. Lo cual, a sensu contrario, quiere decir que en el primer viaje caminaba con más pesadumbre que en el segundo. Éste es un detalle gratuito que nos proporciona Cervantes y que pudiera tener interés a efectos de determinar la posición del sol, que parece ser la razón que explica la mayor pesadumbre (“porque, por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigauan”) y mayor fatiga, y que de alguna forma ha de ser una posición más frontal que hiere los ojos, y que el escritor contrapone a la ventaja que implica llevar los rayos del sol molestando la espalda o de lado (a soslayo).

De cualquier manera está claro que en el primer viaje el sol cegaba a Don Quijote, quizá por eso iba ensimismado y mirando hacia abajo sin fijarse en paisajes, mientras que en el segundo le hería menos, bien por ser la hora diferente (a pesar de ser también de las primeras horas de la mañana) o bien porque de alguna forma los rayos venían de lado. Por si queda alguna duda veamos la hora de salida de estos dos viajes:

1ª salida “… vna mañana, antes del dia, que era vno de los calurosos del mes de Iulio, se armó de todas sus armas, subio sobre Rozinante, … , y, por la puerta falsa de vn corral, salio al campo con grandissimo contento y alboroço de ver con quánta facilidad auia dado principio a su buen desseo. Mas apenas se vio en el campo quando …”

2ª salida “vna noche se salieron del lugar sin que persona los viesse; en la qual caminaron tanto, que, al amanecer, se tuuieron por seguros de que no los hallarian aunque los buscassen.”

Vemos que es al alba cuando se producen las escapadas y por lo que respecta a la hora en que el solitario hidalgo había pasado por el mismo sitio un mes antes no podía diferir mucho. Aún así no se excluye un pequeño desvío en algún momento de esa misma derrota y camino ya que se topan con unos molinos de los que no se dice nada en la primera salida.

Volvamos al detalle objeto de atención, caminaua, un verbo en singular que sólo puede estar referido al solitario hidalgo en su primer viaje, y a este verbo está unido a “menos pesadumbre … herirles a soslayo … no les fatigauan.”De todo esto se deduce que el sol está dando más bien de frente al caminante solitario, del cual se dice que: “Con esto caminaua tan despacio, y el sol entraua tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuuiera.” ¿Por donde le entraua el sol a Don Quijote, por el cogote o de frente en la sesera? ¿hacia donde se extendía la sombra de Rocinante? ¿no van todas las sombras apuntando hacía el oeste en las calurosas mañanas del mes de julio, y demás meses, en la Mancha y otras latitudes en el mundo?

La cuestión es ¿de qué lugar del oeste viene el que va hacía el este? Y aquí hay que tener en cuenta que en julio en Puerto Lapice el sol sale por Tortosa y se va acercando poco a poco al horizonte valenciano, agachándose al sur al avanzar y cruzar la tierra. Si, yendo al este, primero te ladeas ligeramente al nordeste (mirando a la desembocadura del Ebro) y luego vas girando poco a poco al sur así lograras que te de el sol en la cara el máximo posible de tiempo a lo largo de la mañana. Si este fuera el caso sería posible imaginar en un mapa un punto (Puerto Lapice) y a su noroeste una línea algo curva, por los sobredichos giros, que partiría de un lugar situado a unos 40 o 50 Km. al noroeste, y desde allí se acerca elevándose suavemente y luego cayendo hacia el sureste y llegar al punto, ese sería el camino que siguió el Quijote. Sólo hay que ir a un buen mapa y mirar en esa dirección y distancia y ver si por casualidad en esa zona de los Montes de Toledo hay algún solitario pueblo.



DE TOLEDO A MURCIA PASANDO POR PUERTO LAPICE

En el regreso del solitario hidalgo de su primera salida, ya armado caballero, tras la aventura del pastor Andrés y su amo Juan Haldudo el rico, vecino del Quintanar, prosigue camino a su aldea y …

“… En esto, llegó a vn camino que en quatro se diuidia, y luego se le vino a la imaginacion las encruzexadas donde los caualleros andantes se ponian a pensar quál camino de aquellos tomarian, y, por imitarlos estuuo vn rato quedo, y, al cabo de auerlo muy bien pensado, solto la rienda a Rozinante, dexando a la voluntad del rozin la suya, el qual siguio su primer intento, que fue el yrse camino de su caualleriza. Y auiendo andado como dos millas, descubrio don Quixote vn grande tropel de gente, que, como despues se supo, eran vnos mercaderes toledanos que yuan a comprar seda a Murcia … Apenas los diuisó don Quixote, quando … se afirmó bien en los estribos, apreto la lança, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuuo esperando que aquellos caualleros andantes llegassen, …”

Creo que lo de la encrucijada es para despistar, se dice antes y después que Rocinante va pensando en llegar a su establo y estará eligiendo el camino más corto posible. Nuestro hidalgo tiene a su espalda Puerto Lapice (de donde viene) y va de frente a su aldea cando se encuentra con unos toledanos que van a Puerto Lapice para dirigirse después a Murcia. No hay que ser un lince para ver que si trazamos un camino de Toledo a Puerto Lapice en algún punto de este camino se encontraran los toledanos con el recién armado caballero, y la distancia a Puerto Lapice debe ser corta (todo lo que haya podido caminar Rocinante descontando el tiempo perdido en la aventura de Andrés).

Tampoco hay que ser un halcón para vislumbrar que siguiendo por ese camino hacia Toledo se llega a su aldea, que debe estar cerca pues sólo le costó una jornada de rocín hacer la ida completa. Pero no puede continuar porque le han molido a palos y en el suelo no puede levantarse debido al peso de su armadura y así no se le ocurre otra cosa que ponerse a recitar un romance “¡O, noble Marques de Mantua, mi tio y señor carnal! Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acerto a pasar por alli vn labrador de su mesmo lugar y vezino suyo, que venia de lleuar vna carga de trigo al molino, … “.

El labrador le lleva en su burro a la aldea y allí en su casa le están esperando su sobrina, el ama, el cura y el barbero, y les dice “Tenganse todos; que vengo mal ferido por la culpa de mi cauallo. Lleuenme a mi lecho, y llamese, si fuere possible, a la sabia Vrganda, que cure y cate de mis feridas.» «¡Mirá en hora maça», dixo a este punto el ama, «si me dezia a mi bien mi coraçon del pie que coxeaua mi señor! Suba vuestra merced en buen hora; que, sin que venga essa Vrgada, le sabremos aqui curar.”

Para ir desde Madrid o Esquivias o Toledo hacia Andalucía Cervantes casi siempre utilizó una vieja ruta que se llamaba camino de las Ventas o camino de la Plata. Desde Toledo se dirigía hacia Mora, Malagón, Ciudad Real y Almodóvar hacia Córdova y Sevilla. Pero paralela a esta ruta había otra que se estaba poniendo de moda, por Aranjuez, Ocaña, Puerto Lapice hasta Despeñaperros (que entonces no existía como puerto, sino que se cruzaba por otros dos puertos cercanos: por el Puerto del Muradal hasta fines del siglo XVI y por Puerto del Rey a partir de esta fecha) .Y para conectar una vía con otra, aparte de la ruta de Consuegra y Madridejos, existía un lugar entre Mora y Malagón donde había un desvío que pasando entre el sur de Consuegra y Madridejos (y de sus famosos molinos de viento) y bordeando la Sierra Calderina (últimos Montes de Toledo) se llega a Puerto Lapice, gran cruce de caminos hoy y entonces y desde donde también salen caminos a Murcia o al Toboso.

Ese desvío conectaba las dos grandes rutas hacia el sur y por ahí podían los mercaderes toledanos encontrar un atajo para llegar hasta los árboles de moreras y gusanos de seda murcianos. Estaría al oeste de Puerto Lapice, exactamente de donde viene Don Quijote con o sin Sancho Panza, y vemos que la sombra y la seda parecen indicar esta dirección contraria a todas las hipótesis sostenidas hasta ahora por los buscadores y descubridores del lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acodarme.

Pero existe un solitario lugar justo en ese desvío y entre 1587 y 1900 se halla entre la lista de sus alcaldes el apellido Cervantes en 22 ocasiones y Crespos en tres (en su último libro, el Persiles, se habla de un sitio cerca de Quintanar de la orden, “un lugar de cuyo nombre no me acuerdo”, que tiene un regidor llamado Crespo), a veces tenían dos alcaldes a la vez y la lista comienza así:

1 Feb 1587 Gonzalo Díaz Guerrero
11 Oct 1587 -1 Dic 1588 Francisco Guerrero y Juan García Crespo
6 Sep 1595 Juan Gallego y Francisco de Lora
Feb 1598 López de Cervantes y Francisco de Lora
1594-1605 Juan López de Cervantes y Tomas Díaz
14 sep 1603 Francisco Lorencio y Fernández
1607 Francisco Lorencio y Juan García Crespo
1607 1608 Juan Gallego
1609 Juan López de Cervantes
21 feb 1612 Juan Gallego
30 nov 1612 Juan López de Cervantes (que sigue hasta 1623),
etc.
(También el nombre del otro regidor, Berrueco, aparece en el Persiles y en el Quijote referidos a personas de ese lugar)

Pues bien, el sobredicho pueblo pertenecía a Alcázar (Ciudad Real) y en 1833 pasó a ser de la provincia de Toledo. Las divisiones por distritos provinciales no estaban muy claras en aquella época y Alcázar perteneció al distrito de Montiel en alguna ocasión, en cualquier caso podía estar en sus contornos, lo cual sería una suerte donde verías:

“… el aliuio tuyo en hallar tan sinzera y tan sin rebueltas la historia del famoso don Quixote de la Mancha, de quien ay opinion por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el mas casto enamorado y el mas valiente cauallero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos …”



A URganDA LA DESCONOCIDA MAS LE CONVIENE ABITAR UNA ÇAURDA

En un lugar de la Mancha, cuyo nombre, si no me acuerdo mal, es Urda, ha mucho tiempo que se produce el fenómeno geográfico estar en el camino de la Plata, entre Mora y Malagón, y tener un desvío al este por el que, tras contemplarse un bello espectáculo de molinos de viento (en aquella época 21 en Consuegra y al lado 11 en Madridejos) se puede llegar a Puerto Lapice en unos 40 o 50 Km. siguiendo la dirección noroeste y luego bajando suavemente y por tanto a tiro de jornada de rocín.

Piense, investigue, planee, trame, teja, deshile desenrede, maquine, aclare, pártase la cabeza, desentrañe, haga lo que sea pero urda algo. ¿hace alguna referencia Cervantes al nombre de este lugar de forma abierta o cerrada, con sutilezas o gracejos? Jamás escribe ese nombre y no da pistas y si muchos despistes. Pero en el prólogo del comienzo del libro hace muchas maniobras para decir que (pobrecito él) su historia no podrá salir a luz porque aunque:

“Solo quisiera dartela monda y desnuda, sin el hornato de Prologo, ni de la inumerabilidad y catalogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te se dezir, que, aunque me costo algun trabajo componerla, ninguno tuue por mayor que hazer esta prefacion que vas leyendo. Muchas vezes tomé la pluma para escriuilleé, por no saber lo que escriuiria; y estando vna suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mexilla, pensando lo que diria, entró a Alcázar deshora vn amigo mio, gracioso y bien entendido, el qual, viendome tan imaginatiuo, me preguntó la causa, y no encubriendosela yo, le dixe que pensaua en el Prologo que auia de hazer a la historia de don Quixote, y que me tenia de suerte que ni queria hazerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble cauallero.”

Parece que el libro no podrá publicarse nunca, sobre todo por falta de unos versos al principio, pero no unos versos de cualquiera, de oficiales (del oficio de escritor) amigos no valen aunque los reconozca mejores, han de ser de gente de categoría, y lo cuenta así:

“Tambien ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celeberrimos. Aunque si yo los pidiesse a dos o tres oficiales amigos, yo se que me los darian, y tales, que no les ygualassen los de aquellos que tienen mas nombre en nuestra España.”

Pero el amigo gracioso le da una idea que le sacará de este atasco: que los haga el mismo y se invente los nombres, así se lo explica:

“Lo primero, en que reparays de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personages graues y de titulo, se puede remediar en que vos mesmo tomeys algun trabajo en hazerlos, y despues los podeys bautizar y poner el nombre que quisieredes, ahijandolos al Preste Iuan de las Indias, o al Emperador de Trapisonda, de quien yo se que ay noticia que fueron famosos poetas, y quando no lo ayan sido, y vuiere algunos pedantes y bachilleres que por detras os muerdan y murmuren desta verdad, no se os de dos marauedis, porque ya que os aueriguen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escriuistes.”

Y su única mano (libre del peligro de ser cortada) se lanza a la aventura de preparar unos versos introductorios que parecen tener mucha importancia para él, ha maquinado un prólogo para explicar su existencia y además se ha tomado algun trabajo de componerlos. El primero de este grupo de poemas es uno de pies cortados (se come la parte final) y cuya parte eliminada se muestra entre paréntesis. Se titula Al libro de don Qvixote de la Mancha Vrganda la desconocida, y tiene partes curiosas y oscuras, intrigantes, extrañas, empieza así:

Si de llegarte a los bue-(nos),
libro, fueres con letu-(ra),
no te dira el boquirru-(bio)
que no pones bien los de-(dos).

Mas si el pan no se te cue-(ce)
por yr a manos de idio-(ta),
veras, de manos a bo-(ca),
aun no dar vna en el cla-(vo);

si bien se comen las ma-(nos)
por mostrar que son curio-(sos).
Y, pues la espiriencia ense-(ña)
que el que a buen arbol se arri-(ma)
buena sombra le cobi-(ja), …

Más adelante retomaremos otras partes de este poema, por ahora conformémonos con que son de Vrganda la desconocida, y que ese nombre se parece algo al nombre del desvío en la ruta imperial, siendo lo único que se acerca a una posible referencia velada y sutil si no fuera porque aparece otra en el segundo libro del Quijote, ya derrotado en Barcelona y de vuelta por tierras de Aragón y en casa de los Duques “Don Quixote les suplicó le diessen licencia para partirse aquel mismo dia, pues a los vencidos caualleros, como el, mas le conuenia abitar vna çaurda que no reales palacios.”

Una çaurda (zahúrda) es una pocilga y no es mal sitio para purgar penas, pero al estar asociado a “partirse” y “abitar “, y teniendo en cuenta que está partiendo hacia su aldea y habita normalmente en ella no deja de ser significativo usar este termino.



NO INDISCRETOS HIEROGL(FICOS) ESCONDAS EN EL ESCU(DO), pero sobretodo NO TE FIJES EN DIBU(JOS) NI EN SABER VIDAS AJE(NAS)

Retomando ahora los versos de Urganda en otro lugar vemos que sigue con frases oscuras, tales como:

No indiscretos hierogli-(ficos)
estampes en el escu-(do);
que, quando es todo figu-(ra),
con ruynes puntos se embi-(da).
Si en la direccion te humi-(llas),
no dira mofante algu-(no):

No te metas en dibu-(jos),
ni en saber vidas age-(nas);
que en lo que no va ni vie-(ne)
passar de largo es cordu-(ra).
Que suelen en caperu-(za)
darles a los que grace-(jan);
mas tu quemate las ce-(jas)
solo en cobrar buena fa-(ma);
que el que imprime neceda-(des)
dalas a censo perpe-(tuo).

Pero a alguien se le ocurrió no hacer caso de esas recomendaciones y decidió meterse en dibujos buscando indiscretos jeroglíficos, esto es lo que hizo el insigne erudito galo Pierre Menard, el cual investigó éste y otros muchos aspectos del Quijote, su documentación inédita constituye la base de este estudio. En uno de sus cuadernos se encuentra un riguroso estudio de la primera letra que viene escrita en las ediciones princeps, en la “E” capital con la que comienza “En un lugar de la Mancha…” donde aparecen dibujos que pensó que se podría esconder la solución a algún indiscreto jeroglífico.

Pierre Menard debió pasar muchas horas observando detenidamente cada detalle, cada rincón, e incluso llegó a copiar el dibujo hasta tres veces a lápiz y dos más a pluma en uno de sus emborronados cuadernos. Parece que lo que buscaba eran letras camufladas ya que creyó haber descubierto una “A” disfrazada de chimenea en el tejado de la casa que aparece tras la “E”.

En la esquina derecha del grabado parecía verse una especie de “U” (con los rabitos inclinados hacia la izquierda como en la tipografía del libro) entre la torre de la casa y el final del rabo superior de la “E”, y a continuación de la supuesta “A”. En su análisis de la estampa apunta haber encontrado una “R” y una “d” a la vez, puestas apaisadas y en dirección contraria, todo valía, haciendo frontera con la “A”, quiérese decir con la chimenea, por su lado izquierdo, que tocaba la parte superior de la “R” y la inferior de la “d“.

Pero aquí no acaba este asunto, pues no tenía muy claro si se trataba de la “R” o de la “d”, que ambas cosas parecían, pues no pudo o no quiso decidirse si por bacía o por yelmo, también podía tratarse de un baciyelmo o de un caso de “Rd”. Así, buscando y rebuscando esa maldita “D” en solitario, creyó por fin haberla encontrado en la torre de la esquina superior derecha, con un gorrito que sería el tejadillo de la sobredicha torre. Considera que es una “D“ mayúscula y la ventana hace el hueco que ésta debe tener. Sea como fuese opinó que el problema, aunque no muy bonitamente, estaba medio resuelto. Y así se consideró coronado por el éxito en esta aventura de la “E” capital escondiendo vil y ladinamente R A U D.



OTRAS CURIOSAS NIÑERIAS INDIGNAS DE CONTARSE: EL INAUDITO CONSORCIO DE LEONZURDA

Y como las cosas siempre se pueden poner peor, pues una cosa lleva a la otra, y si no quieres caldo, tres tazas, Pierre Menard, vistos los indiscretos hieroglíficos estampados en el escudo en los versos de Urganda , también se fue a fijar en la portada del libro, por si había algún otro jeroglífico escondido en dibujo.

Allí se ve un león dormido con los ojos abiertos y un halcón despierto con los ojos tapados por una caperuza (quizá esperando la luz tras las tinieblas) que está sobre un brazo que sale de entre unas nubes. ¿Qué relación tenía con el enigma? Podría pensarse que mientras uno está dormido con los ojos abiertos el otro esta despierto con los ojos cerrados, así el lema que circunvala el escudo, SPERO LUCEM POST TENEBRAS, no aclara cuál de los dos está esperando salir a la luz tras tantos tenebrosos siglos aguardando una supuesta presa, a oscuras o dormido.

Se acuerda de la profecía que el barbero hace a don Quijote (encerrado en una jaula de madera) donde para que no trate de escaparse y esté tranquilo le dice con voz grave y profunda:

“¡O Cauallero de la Triste Figura, no te de afincamiento la prision en que vas, porque assi conuiene para acabar mas presto la auentura en que tu gran esfuerço te puso! La qual se acabará quando el furibundo leon manchado con la blanca paloma tobosina yogiren en vno, ya despues de humilladas las altas ceruices al blando yugo matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldran a la luz del orbe los brauos cachorros que imitarán las rumpantes garras del valeroso padre. Y esto sera antes que el seguidor de la fugitiua ninfa faga dos vegadas la visita de las luzientes imagines, con su rapido y natural curso. “

Así que ya tenemos a Menard especulando sobre un inaudito consorcio, un león y una paloma, pero para mayor chasco en la portada del Quijote no aparece esa paloma sino un oscuro pájaro cetrero, un halcón seguramente, que poco tiene que ver con una blanca paloma, si no es el antagonismo puro, como el de ser ave rapaz y presa, la primera debe atrapar a la segunda, siendo pues enemiga y contraria una de la otra. Pero en el Persiles (cap. XVIII) hay un poema que comienza:

“Huye el rigor de la inuencible mano
Advertido, y encierrase en el arca

el dilatado asylo el soberano
Lugar rompe los fueros de la Parca
Vense en la excelsa maquina encerrarse
El leon, y el cordero, y en segura
Paz la paloma al fiero alcon unida,
Sin ser milagro lo discorde amarse, …”

Entonces decidió mirar con más atención esos primeros versos del Quijote, y se lanzó a seleccionar las frases que le parecían más interesantes y convenientes para sus sospechas, pues no iba a notar, curioso, la similitud de su situación, no dando una en el clavo y comiéndose las manos (palabra que aparece cuatro veces en el poema) o viendo otros donde se alcanza la blanca paloma tobosina a fuerza de brazos, pues ¿no es verdad que aparece un brazo?,el izquierdo de alguien, sosteniendo un halcón encapirotado: “alcançó a fuerça de bra-(zos) a Dulzinea del Tobo(so)”.

Y la caperuza, ¿no lleva el halcón una? Escribe en uno de sus comentarios sobre los versos de Urganda como si fueran una especie de guía espiritual, misteriosa pero con poderes esclarecedores, para toda esa historia, donde se debe leer al revés todo lo que pone y dice. No hay que andarse con pies de plomo, hay que sacar a luz papeles, ir a tontas y locas, así acaba el poema de Urganda:

Aduierte que es desati-(no),
siendo de vidrio el teja-(do),
tomar piedras en las ma-(nos)
para tirar al vezi-(no).
Dexa que el hombre de juy-(cio)

en las obras que compo-(ne) se vaya con pies de plo-(mo); que el que saca a luz pape-(les) para entretener donze-(llas), escriue a tontas y a lo-(cas).

Antes hay un verso, “Si en la direccion te humi-(llas)” ¿qué puede querer decir? ¿quién habrá de humillarse, el león o lo paloma? Todo esto puede parecer baladí pero esa pregunta significó mucho trabajo para Menard, que se dedicó a hacer innumerables combinaciones de inauditos consorcios entre leones y palomas, y hasta con halcones y gerifaltes. Llego a rellenar innumerable hojas colocando las letras de león para arriba y para abajo, dirigiéndose a las letras de paloma, cruzadas en la “o” y en la “l”, únicas letras entreverables comunes a ambas palabras, que se cruzaban tratando de yoguir en el blando lecho matrimoñesco. Montones de ensayos quitando la paloma y poniendo un halcón, cosa inaudita, u otra idea que tenía siempre buscaba cruzando las letras comunes. Buscó relación con la palabra cetrería y derivados y también lo había intentado con Dulcinea, y hasta con la mano y el brazo que salen entre las nubes y con la caperuza que quitaba la luz al halcón. Puede decirse que lo intentó todo.

Pero un día volvió con otra idea. Pues habiendo leído otro párrafo de la segunda parte del Quijote (QC Cáp. 30) “En la mano izquierda traía un azor, señal que dio a entender a don Quijote ser aquella alguna gran señora, … Corre, hijo Sancho, y di a aquella señora del palafrén y del azor que yo el Caballero de los Leones besa las manos … “ Llegó a pensar que se trataba de un azor mejor que un halcón, e iba en su mano izquierda, lógicamente, pues con la derecha se quita la caperuza cuando es menester hacerlo y se es diestro. Y se encuentra con lo que él llega a considerar otra nueve pista al respecto, se trata de un pasaje en el Quijote de 1615 al final de la dilatada aventura de Clavileño, en el que en una nueva profecía se vuelve a hablar de la blanca paloma y de los pestíferos girifaltes que la persiguen, de los que se verá libre cuando Sancho se dé los azotes estipulados, tras los cuales quedará la paloma en los brazos de su querido arrullador, tal y como ordena Merlín: “… la blanca paloma se vera libre de los pestiferos girifaltes que la persiguen y en braços de su querido arrullador, que assi estâ ordenado por el sabio Merlin protoencantador de los encantadores.”

Pero qué quiere decir eso de “en los brazos de su querido arrullador”, ¿tiene que ver algo con los brazos?, y lo de “arrullador”, ¿es que el león se convierte en palomo? Le parecía claro que alguna relación con los brazos había de haber, y si era uno de estos quedaba patente que el izquierdo era el que sujetaba con su mano al azor.

Mas un día debió llegar con una inspiración especial, se le ocurrió en malahora la posibilidad de que si la blanca paloma tobosina no fuera definitivamente otra cosa que su mano izquierda, caso ya visto, ahora había decidido que ésta también puede ser llamada la zurda, cual también había visto que Sancho oyó que el ventero se llamaba Juan Palomeque el Zurdo, con su algo de paloma y todo. Anagramatizó este nombre y, teniendo en cuenta que Juan lo vio escrito Iuan (con una “i”) y después de estrujarse la cabeza largo tiempo encontró que clandestinamente se decía: “león y dura, luz ¡qué poema!”. ¿tendría algo que ver dura con raud?

Demasiadas coincidencias, debió pensar. Y hete aquí que en uno de sus ensayos de inaudito consorcio no se le pasó otra cosa por su entreverada cabeza la blanca paloma tobosina era la mano zurda y fue a poner la siguiente figura, con león, humillándose inauditamente al revés, y todo:

L
E
O
T U R D A

Pues creyó a pies juntillas haber resuelto alguna esquina del enigma, la prueba del nueve para él está en las palabras “… Y esto será antes que el seguidor de la fugitiua ninfa faga dos vegadas la visita de las luzientes imagines, con su rapido y natural curso.” El sol es el seguidor de la fugitiva ninfa y las lucientes imágenes son los signos del zodiaco, entre los que se cuenta Leo, pero Ursa, la osa, que puede ser la mayor o la menor, no un signo del zodiaco, esto parece que le daba igual a Menard. Las dos vegadas las relaciona con el cruce, con su rápido y natural curso, de la N final de león y la Z primera de zurda, que no zursa, y no ve la luz de este detalle, que considera menor y no mayor (no es lo mismo urda que ursa). De esta forma ha conseguido “leer“ algo en el dibujo de la portada: leo urda.

Pero esta portada no es exclusiva del Quijote, era una portada que esa imprenta ponía a muchos libros, incluso otras obras de Cervantes, por ejemplo las Novelas Ejemplares, y muchos otros libros de otros autores y temas impresos por Juan de la Cuesta, tenían el mismo emblema como portada.

Así, tiempo después, José de Benito, cayendo en la misma tentación, hacia 1960 descubrió un anagrama según el cual tras “EL CABALLERO DE LOS LEONES” se escondía la vuelta “ES EL AÇOR DEL BLASON, LEELO”. No creo que Menard llegara a saber este caso, pero si lo hubiese conocido lo hubiera considerado sin duda signo y señal inequívoca de que estaba en el camino de la verdad no revelada.

Pierre Menard nunca llegó a descubrir este pueblo cerca de Puerto Lapice sino que buscó en algún diccionario y encontró un pueblo llamado Urdax, en la frontera entre Navarra y Francia, con un monasterio famoso y con una “X” a la que no sabía si darla las gracias o una patada. Estaba demasiado lejos, pero la “X” coincidía plenamente con el cruce de la “N” y la “Z”, aunque su posición no era la que a él le hubiera gustado. Sin estar contento del todo, aún así pensó que nadie había llegado tan lejos en la búsqueda del lugar. Y esto era cierto, nadie había llegado a buscarlo jamás tan lejos, por Navarra, casi en Francia. Se necesitaría un Clavileño volador más que un Rocinante para llegar en una jornada a Puerto Lapice.



LOS ANAGRAMAS NI NOS DICEN CUÁL ES EL LUGAR NI CUANDO SE DESCUBRIRÁ, POR ESO EL ENIGMA DURA

Por último viene lo menos serio de esta historia, es sólo una curiosidad o mejor una casualidad pero si tomamos las letras de la primera frase y las combinamos en anagramas tenemos que pueden salir dos nuevas frases:

EN VN LUGAR DE LA MANCHA,
DE CUYO NOMBRE NO QUIERO ACORDARME,
NO HA MUCHO TIEMPO QUE VIUÍA UN HIDALGO
DE LOS DE LANÇA EN ASTILLERO,
ADARGA ANTIGUA, ROZIN FLACO Y GALGO CORREDOR.

=


1º) QUE LUGAR DE LA MANCHA CUYO NOMBRE NO +

2º) ACRARMETIEVUAUNGDELSASE + ODMPOIÍHIDALOOTILLRO
(=Miguel Cervantes Saavedra) +
3º) EN VN DE QUIERO NO HA MUCHO DE LANÇA EN ADARGA ANTIGUA, ROZIN FLACO Y GALGO CORREDOR

=

EL ANAGRAMA DICE QUE EL LUGAR DE LA MANCHA, ALDEA POR MUCHO HONOR, CUYO NOMBRE FINGÍA NO
RECORDAR EL AUTOR,
NI DIGO CUAL, NI DIGO QUANDO, HOY LO CONTÓ MIGUEL CERVANTES SAAVEDRA

Y también =

EL ANAGRAMA DICE QUÉ LUGAR
PERDIDO DE LA MANCHA,
CUYO NOMBRE FINGÍA
NO RECORDAR EL AUTOR,
Y ALGO QUE, COMO NINGUNO HALLÓ Y NO HA DICHO,

¡DURA! LO CONTÓ MIGUEL CERVANTES SAAVEDRA

Como vemos el enigma lo que es durar dura mucho, y el que quiera que no dure ¡que urda!

Concluyendo ¿qué hacen esas letras escondidas en una E? ¿hacia donde se orientaba la apesadumbrada sombra del Quijote la mañana de su primera escapada? ¿cómo, saliendo de Puerto Lapice, te puedes encontrar a alguien que va de Toledo a Murcia si no vas hacía el oeste o mejor al noroeste, nunca al este? y a una jornada de rocín en esta dirección sólo hay un lugar posible.

¿Cuál es el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme?

Adivina adivinanza
¿de donde venía Sancho Panza?






Fernando Álvarez Junco










( fajunco@hotmail.com )

CAP. I . DE CÓMO LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN TRIUNFÓ SOBRE LA SINRAZÓN DE LA RAZÓN, DEJANDO AL POBRE PIERRE HECHO UNA EQUIS AL NO PERCATARSE DE UNA SUTIL

Un minúsculo y sobado lapicero palpita entre los dedos de una mano anciana y temblorosa, repentinamente le hace escribir una frase en un andrajoso cuaderno y es obligado a subrayar machaconamente hasta siete veces lo que ha anotado:

Estos años eternos escribiré sin papel,
el talento oye, Miguel Cervantes Saavedra.

Esta vuelta llenó de gozo y emoción al ingenuo de Pierre, que imaginó ser un talento con buen oído. Era la señal que buscaba, sus primeros comentarios en el manoseado cuaderno eran entusiastas a más no poder, creyó haber llegado al mejor momento de su larga vida ¡un éxito, por fin! Después de tantos desvelos y fatigas su insólita investigación se veía coronada por un definitivo triunfo que recompensaba con creces todos sus anteriores fracasos.
Él era el talento que oía, el único que había conseguido leer sin papel al gran genio, además, este caso era muy especial, se trataba nada menos que de la despedida del gran genio a sus lectores y a la vida misma. La apoteosis de sus trabajos quedaba marcada por este momento grandioso del descubrimiento que había tenido la suerte y habilidad de hacer, no podía estar más regocijado y orgulloso por el logro que su gran esfuerzo había alcanzado.
Pensó en pegar los extraños caracteres que componían la vuelta a la bandeja de madera, para así inmortalizar lo que él consideraba ya una autentica comunicación con Cipión más de tres siglos después de su muerte. Sería una bandeja sagrada, intocable, ¡histórica!, la colgaría en la pared y le serviría de inspiración y consuelo en los momentos bajos de su sublime investigación, que eran muchos y demasiado frecuentes.
Remiraba una a una las letras para cerciorarse de que no hubiera algún fallo, alguna tontería en la que no se hubiese fijado, pero no, todas cuadraban gloriosamente cada palabra, y, felicitándose a si mismo, pensó que todos los sufrimientos pasados quedaban sobradamente compensados por tamaño hallazgo. El cual, sin duda, excedía largamente de lo que él había esperado y soñado durante tantos años, y así, feliz, se olvidó de los infinitos agravios y reveses que esa misma bandeja le había causado en anteriores aventuras.
Pero le estaba esperando el mismísimo Benengeli a la vuelta de la esquina. El astuto príncipe de los espejos le tenía reservada una de sus más ingeniosas jugarretas, sabía que sólo tendría que esperar un ratito y … el muy incauto de Pierre, tratando de rizar el rizo, quiso pulir aún más la frase y, tomando sólo las doce letras de “el talento oye”, después de unos pocos meneos formó otra que decía “y atento lo lee”, que casi le pareció aún más bordada y perfecta que la primera. Así que releía una y otra vez:

Estos años eternos escribiré sin papel,
y atento lo lee Miguel Cervantes Saavedra.

Aunque no le acababa de convencer, era mejor la primera, más brillante y auténtica, se decía mientras sus ojos recorrían las palabras, y algunas letras ya empezaban a temblar temiendo por su posición, eterna durante siglos, y efímera por momentos.
Cide, que le conocía bien, se regodeaba con la situación, sabía que más pronto que tarde la cuestión empezaría a enredarse, su mano esperó un poquito y … los dedos empezaron a moverse, se oyó la fricción de los cartoncillos sobre la madera de la bandeja, y poco a poco empezaron a aparecer otras curiosas combinaciones, demasiadas para el gusto y humor de Pierre. Descubrió que con las mismas letras se podían componer nuevas variantes, tales como “ya lee el tonto” o “en total él oye”, que le parecieron interesantes aunque no verdaderas, y así, tras un rápido análisis de la coyuntura anagramática de esa docena de letras, salieron a la luz hasta veinte posibilidades más.
Las dudas empezaron a corroer su inicial alegría, ya había profanado la bandeja sagrada y se daba cuenta de que se acabarían complicando las cosas. Temió que, como siempre, el éxito se tornaría primero en duda y luego en fracaso. Con todas las demás frases, cientos, miles, que ya tenía aparcadas para mejor ocasión, y ahora ponerse a perder su escaso tiempo con una sola, por muy última y significativa que fuese ¡con lo bien que le había quedado la primera!
Aún así, sus ansiosos dedos no pudieron resistir la tentación, se dirigieron hacia una de las atareadas letras y, atentando contra su posición, la buscó un nuevo oficio entre bambalinas y no sin un buen papel, y eso fue su perdición definitiva. Extendiendo el radio de acción al resto de letras de la frase completa le salió otra que incluía la palabra teatro, cosa para él muy reveladora, significativa y adecuada, y el lapicero, harto de su dictador, le escribió esta farsa:

En estos años eternos, sin un papel,
yo, Miguel Cervantes
le escribí teatro.

¡Fantástica!, pensó, ésta sí que es la verdadera, mucho mejor que las otras. Pero, viendo que la “ñ”, además de para años, podía servir también para sueños, se lanzó por esta otra dirección y llegó a una nueva vuelta, que para sorpresa increíble resultó ser así:
¡Este sueño eterno! estas allí y ni tienes papel
¡socorro! Miguel Cervantes Saavedra.
No daba crédito a sus ojos, no podía ser, estaba soñando. Sin embargo la frase seguía ahí, en la misma bandeja, y esa era la demostración incuestionable de su existencia. Desconcertado, apartó la bandeja de su vista unos minutos, necesitaba meditar la estrategia a seguir.
Y aquí Hamete estuvo a punto de reventar de risa, dominaba hasta el último de los reflejos del espejo y conocía a todos y cada uno de los mareados grillos que, a miles, invadían la jaula que rellenaba la azotea de su ingenuo palomo. La trampa era perfecta, el cebo bien rico y apetitoso, el anzuelo ya había sido mordido, sólo tenía que tirar suavemente del sedal y … el confiado pececillo retomó el tablero, observó detenidamente la posición de las fichas, ponderó los posibles movimientos y sus consecuencias, decidió seguir maniobrando y movió ficha.
Durante una hora no se oyó otra cosa que su dudoso talento, la agitación de sus peculiares cartoncillos deslizándose sobre la rayada palestra y su pequeño lapicero garabateando tornas en el sufrido cuaderno, en el que, para su desgracia, había ido anotando inquietamente cada una de las sorpresas con que a cada rato le regalaba una mano invisible:

Ya paso el sueño eterno en el cielo
por si están tristes,
Miguel Cervantes Saavedra.

Si tiene suerte pasa años eternos en el cielo
¡por listo! Miguel Cervantes Saavedra.

Años eternos y sin papel,
esto escribe Miguel Cervantes Saavedra, y leerlo atentos.

Si por suerte estoy en el cielo y le esperan tantos años,
Miguel Cervantes Saavedra.

Estos años eternos, en el teatro y sin papel
y lo escribe Miguel Cervantes Saavedra.

Años eternos en el cielo, sin papel estoy triste,
os verá Miguel Cervantes Saavedra.

Si por suerte estoy en el cielo
y piensa leer tantos años, Miguel Cervantes Saavedra.

Soy sueño eterno, escrito sin papel,
leer así es talento. Miguel Cervantes Saavedra.

Estos años eternos lee sin un papel
irá escrito el viento. Miguel Cervantes Saavedra.

Si por suerte estoy en el cielo
y sepan leer tantos años, Miguel Cervantes Saavedra.

Si pasa por el sueño eterno en el cielo,
si resiste tanto Miguel Cervantes Saavedra.

El cielo, estos años eternos, y estar sin papel
¡reviento! Miguel Cervantes Saavedra.

Y aquí también reventó el ánimo del sufrido Pierre, por listo, por querer retocar lo ya perfecto. Qué bien se hubiera quedado si no hubiera movido el asunto, siempre le pasaba lo mismo. Encontrada una buena vuelta hay que dejarla como verdadera, se reprochaba. Ahora, la situación había cambiado, se encontraba con más de una docena de anagramas ¿cuál elegir? ¡maldito Benengeli! no se puede distraer uno con él ni un instante.
Confuso, trató de reordenar su cabeza, pero se le había quedado la mente en blanco. Intentó que su talento escuchase algo, pero sólo percibió un débil silencio misterioso tras la mucha cera que habitaba sus oídos. Desesperado, clamó a las musas suplicando orientación, alguna pista o explicación a tal fenómeno. Éstas, calladamente, se apiadaron de él y le concedieron una tonta duda que inmediatamente empezó a pasearse por entre sus menguadas entendederas.
Repentinamente, los dedos comenzaron a deslizarse a gran velocidad, y, como si supiesen el camino, se lanzaron sobre las temerosas letras, señor se mudo con los años, eternos hizo renacer el estribo, puesto el pie salió de papel, gran muerte de Miguel, y rápidamente surgió una nueva vuelta, ¡ésta sí que era la verdadera! ¡la auténtica! la original de la que habían salido todas las demás, la que dicen que fue su última frase:
Puesto ya el pie en el estriuo,
con las ansias de la muerte,
Gran Señor esta te escriuo.

La observó largo rato, preguntándose qué era lo que ocultaba, qué habría querido esconder, cuál sería la verdadera vuelta clandestina.
Pero ninguna vuelta era la verdadera, todas, sin ningún género de duda, eran completamente falsas, posibilidad que ni remotamente se le había pasado por la cabeza. Esas combinaciones no eran más que casualidades caprichosas de una frase especialmente dúctil desde el punto de vista anagramático. Pasaba a veces aunque no con frecuencia, dependía todo de las letras, la casualidad, la habilidad y, sobre todo, del tiempo que se le dedicase.
Pero el loco de Pierre ya no atendía a razones, su manía obsesiva se había apoderado totalmente de él, y lo razonable era un abismo en el que no quería caer, prefería la sólida base de su segura locura al terreno pantanoso de una dudosa cordura.
Aunque todo era un mero juego, y, se pusiese como se pusiese, no hacía otra cosa que moverse entre arenas movedizas, o algo peor, pues se trataba de letras móviles hormigueando entre palabras correosas que pululaban y bailaban con frases escurridizas. Y todo por su obsesión perfeccionista, con lo fácil que era cortar una vez que conseguía una buena torna, pero, como siempre, por mera curiosidad daba una vuelta de tuerca más y lo estropeaba todo.
No era la primera vez que le había pasado, ni mucho menos, tras las vueltas inexorablemente venían las revueltas. De hecho éste es un ejemplo, uno más, de la tónica de los trabajos y estudios de este cándido erudito francés en su inútil esfuerzo por desentrañar los inexistentes enigmas en torno al Quijote y su autor.
Pierre, ya bastante acostumbrado, bien a su pesar, a estas bromas arábigas, había resuelto malamente este tipo de situaciones con una irreflexiva teoría, según la cual, cuando encontraba una sola vuelta es que hablaba Cipión, que así llamaba a veces a Cervantes, entonces el espejo sólo irradiaba una única imagen, la verdadera. Pero cuando las tornas eran muchas y, como en esta ocasión, no sabía cuál escoger por verdadera, en este otro caso decía que era Benengeli el que hablaba, el cual solía desconcertarle grandemente de manera asidua y sistemática, por lo que al final se veía obligado a dejar todo aparcado para mejor ocasión, y eso fue lo que hizo.
El azar puede hacer malas jugarretas a cualquiera que se interne en estos campos de los misterios que nunca lo fueron. La casualidad puede tener caprichos insoslayables, llevarte al frenesí de la verdad innegable y después, tranquilamente, dejarte caer en la más negra y ciega ignorancia. En el océano de las dudas, tras la tempestad del paroxismo venía la calma de la confusión y el desconcierto. Pero cuando uno se inventa un enigma donde jamás lo hubo, existe la posibilidad de encontrar una solución que nunca existió, y éste será el tema y asunto a tratar con motivo del comento y análisis de la extraña documentación, privada y nunca publicada, que de forma también casual llegó a mis manos.
Si bien, para narrar esta extraña historia, tan cierta como verdadera, es necesario que la empiece por el principio y, sobre todo, que no me deje ningún detalle por contar, siendo puntilloso en extremo, pues la curiosidad de su urdidumbre, más que su interés académico o científico, es su principal virtud.
En el propósito de destapar esta trama está también el ánimo por desterrar en lo posible ese afán por las aventuras esotéricas de la caballería anagramática y otras elucubraciones, estúpidas y mal fundamentadas, sobre la vida y personalidad de Cervantes que en los últimos tiempos se han venido formulando, tales como su supuesta homosexualidad o su judaísmo encubierto. No tienen en cuenta que del conjunto de su obra nada induce a pensar en tan interesadas hipótesis, más propias de oportunistas de alguna moda que ven mercado abierto, o de cabalistas trileros con alguna ocurrencia cuanto más descabellada mejor.
Todo tan falso como las extravagantes conclusiones que se extraen de estos documentos inéditos y sorprendentes que llegaron a mi poder. El cómo llegaron, cuando y porqué, es lo que a continuación voy a tratar de contar, ya que todo afecta a la difícil comprensión de esta historia, en la que los pormenores son fundamentales, sin poder dejar escapar el más mínimo y escondido detallito. Así, hasta las letras, todas y cada una, han de ser contadas y pasadas revista, y el orden que se ha de mantener ha de ser estricto en extremo, incluso las comas, o cualquier otra puntuación, han de ser consideradas y discutidas en cualquier pasaje.
Bien lejos de mi intención está contar el final de este cuento. Ninguna cosa puede ser más torpe y miserable que descubrir el pastel que se ha escondido trabajosamente página tras página. Nada hay peor que decirle quién es el asesino al que comienza a leer una obra de misterio, cuál es el secreto que se oculta tras un enigma laboriosamente invisible, ver en el trailer cómo al final llega el 7º de caballería y la pareja se besa, chafar alegremente, destripar con cara de listillo, sorprender cantando el contenido antes de abrir el paquete. Pero me veo obligado a anticiparles la solución de este caso, y descubrir torpe y miserablemente su conclusión: y ésta no puede ser otra sino que el pobre Pierre quedó más perdido aún de lo que había ciegamente empezado, y que jamás logró encontrar ni la más leve pista ni nada que le condujese a ningún lugar o resultado de algún interés, ¡ah! y también que al final Benengeli se salió con la suya.
Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos es aún más importante, más significativo para valorar esta traza y la máquina que la animaba, o para comprender el nulo alcance de lo que prometiendo mucho acabó en poco o más bien en nada de nada. Ésta es la historia de una extensa colección de fracasos sin paliativos, de un imposible sueño que parece ser eterno, pues cuando no hay uno es que hay veinte con la copla de los misterios cervantinos, una ilusión óptica que ha engatusado a muchos y hecho reír a más.
Pero aquí hay que decir que la investigación de este engendro ha estado relegada al ámbito de lo privado, no siendo Pierre culpable de su salida a luz. Pues el autor de estos documentos y estudios nunca los publicó y ni siquiera los pudo terminar, y es muy dudoso que los quisiera dar a conocer según se deduce de algunas de sus notas. Es pues la aplicación y el esmero de sus vanos esfuerzos y la irremediable inutilidad de los mismos lo que me mueve a comentarlos y presentarlos al ocioso lector.
Olvidémonos ahora de las frases, de sus necias vueltas y de sus inoportunas revueltas, dejemos a un lado a Cide y a Cipión, descansen tranquilas las letras en cajas y bandejas, esténse los dedos quietos y las palabras en calma chicha, pasemos llanamente a los datos históricos que conforman y afectan a esta desatinada y compleja historia. Vayamos raudos y directos al comienzo de la narración de los hechos más relevantes, aunque para esto deba remontarme algo más de medio siglo ¡como pasa el tiempo! y volver a recordar sucesos de mi infancia en Zamora y en concreto algunos de los que acontecieron en un lugar, de cuyo nombre sí quiero acordarme, Puebla de Sanabria, donde llegué a pasar un mes de cierto verano.

CAP. II . DONDE APARECE EL GALGO DEL AUTOR Y OCHO BOLAS MÁGICAS QUE ACABARON ARRUINANDO A UN TAL CIPIÓN Y A CIERTO LEGO FANFARRÓN.

CAP. II . DONDE APARECE EL GALGO DEL AUTOR Y OCHO BOLAS MÁGICAS QUE ACABARON ARRUINANDO A UN TAL CIPIÓN Y A CIERTO LEGO FANFARRÓN.
Tenía el sobredicho pueblo un castillo en lo alto de la montaña, al que se accedía subiendo la cuesta de su calle mayor, y en el que jugaba entre sus almenas todas las mañanas, antes de ir al río a bañarme. Estaba imbuido en aquellos tiernos años por el espíritu del Príncipe Valiente, película que me había causado mucha impresión, además del Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno, y sobre todo el Jabato, cuya colección hacía, y un libro que había leído despacio y con mucha paciencia, el de Amadís de Gaula. Incluso me había hecho una espada de madera y una capa, y de tal guisa me pasaba las mañanas dando mandobles al aire defendiendo el castillo de siniestros enemigos, intrusos o esbirros que pretendían apoderarse de él.
Héteme aquí convertido en el más valiente caballero, con princesas y todo, no podía pasármelo mejor ¡que tiempos! Recuerdo que no me habían dejado traer de Villalpando mi otra espada y me tuve que hacer una allí. Con una tablilla larga y otra corta y una punta, quiérese decir un clavo, me hice una bien buena, sólo que los dos palos se movían con el entusiasmo de mis peleas, teniendo que recolocar continuamente la posición de la tabla corta, lo cual era una lata que interrumpía constantemente mis batallitas. Conseguí al poco otra punta y con dos no se volvió a mover, sólo que, al dar el golpe en la juntura, la cruz se meneó un poco, quedando ligeramente torcido el eje de coordenadas, lo cual me molestó mucho. La torre, el paisaje y mi no muy perfecto eje de coordenadas tienen cierta importancia premonitoria en la orientación y desorientación de esta historia, pues allí comenzó su deriva.
Cierto día que estaba en el castillo esperando que se formase la expedición para bajar al río, mientras organizaba las defensas y presto al combate, llegaron mis padres con nuestros anfitriones para contemplar el magnífico paisaje que desde allí se divisaba, el río y el puente abajo, y una colección de montañas y valles todo alrededor. Por allí está Portugal, muy cerquita, y por aquí al norte, contaban, casi se divisa un pueblo que era el único en España que se llama Cervantes, y, además, en el pueblo de al lado es muy frecuente el apellido Saavedra. Decían todo esto con mucho orgullo y dándole mucha importancia, pues era señal de que ese tal Cervantes tenía que proceder de por allí y que cierto lugar de noseque mancha tenía que ser ese, y así me lo recalcaron como algo a saber y recordar.
Pero ya he contado todo lo que necesariamente tenía que decir de mi corta estancia en Puebla de Sanabria. Luego, los siguientes años fueron para Galende, cerca del lago de Sanabria, al que se tomó tal afición que incluso las idas allí se combinaron con el nuevo pueblo al que, tras veinte años en Villalpando, había sido destinado mi padre. Era éste Villanueva de los Infantes, en Ciudad Real, y cerca, a treinta Km. del celebérrimo Valdepeñas, pero antes tengo que aclarar que todo esto significó un cambio de ciudad, pues Zamora fue sustituida por Madrid, adonde llegué con ocho años y hasta ahora.
La llegada a la gran capital del reino y la instalación en la Glorieta de Embajadores supuso que empezara a estudiar en un Instituto de Enseñanza Media que estaba en la misma glorieta, en lo que fue la vieja facultad de veterinaria donde había estudiado Pío Baroja, y que se llamaba ¡que casualidad! Instituto Cervantes. Así pues, para ir al cole no tenia más que llegar al otro lado de la glorieta, corto viaje. Allí empecé haciendo preparatoria para el ingreso, luego venia “ingreso”, y después hice allí los cinco primeros cursos de bachillerato.
Pero lo que atañe a esta historia se refiere a mi primer año allí, en “preparatoria”, donde con mis ocho años tuve que demostrar mis dotes con la lectura. Y fue esto debido a que nada más entrar en esas aulas el maestro Pita, el de semiparvulitos, nos mandó comprar a todos un libro que había de ser leído y comentado en clase.
Se trataba de un libro pequeñajo y de pastas verdosas, en cuya portada se encontraban dibujados aquellos dos extraños personajes, uno alto y flaco y el otro bajo y gordo, que ya había conocido en la misma estampa y postura en una estatua inmensa que se podía ver en la Plaza de España, en medio de los dos únicos rascacielos que tenía Madrid entonces, y que ya había visto en mis primeros días en la ciudad. También estaba la estatua del tal Cervantes, que, entre lo que me habían dicho en Puebla y el instituto que me había tocado, era un nombre que ya me empezaba a sonar. El caso es que en la portada de ese pequeño libro, que era lo que se conoce como un “quijotin” o Quijote resumido, estaban aquellos dos señores de la estatua, igual, igual, y eran don Quijote y Sancho Panza, sobre su rocín y su asno respectivamente.
Todas las tardes, a partir de mediados de octubre, que fue cuando se consideró que había un libro por pupitre, pues no todos lo pudieron comprar, a la hora de la siesta teníamos sesión de lectura con dicho libro, lo cual era un martirio auténtico pues cada niño leía un poquito, hasta que se oía un golpecito de puntero del señor Pita, y se lo pasaba al siguiente con el dedo puesto donde continuaba la lectura, y así uno tras otro.
El primero que empezó fue mí compañero de pupitre, cuyo apellido empezaba por “a”, como el mío, y tras leer, destrozando, la primera frase, me pasó el libro y yo destroce la siguiente: …una o…o…olla… de algo…mas vaca… que car…nero, salpi…salpi…salpicón las más noches, due…los y que… y que… y que insoportable me resultó aquello. Finalmente acabé mi frase y otro tomó el relevo, otro suplicio. Y así niño tras niño, tarde tras tarde, semana tras semana, y tras algunos meses, que a mí se me hicieron años, conseguimos acabar el dichoso librito cuando el viejecito, el alto y flaco, el que se había vuelto loco dedicándose a la orden de la caballería andante creyéndose un héroe, se convertía en cuerdo y se moría por fin.
¡Qué aburrimiento pasé aquellas tardes! No entendí nada, ni yo ni nadie. Qué libro más plomo, qué rollo era leer así, sin comprender nada de nada, a pesar de que el maestro de vez en cuando trataba de orientarnos un poco y contarnos el argumento o situarnos en alguna de las innumerables historias que se narraban. Así, de la primera frase, en la que se hablaba de cierto lugar de la Mancha cuyo nombre decía no recordar, nos explicó que nadie sabía cuál podía ser este lugar, pero yo para mis adentros pensé que era el único de la clase que lo sabía, pues no podía ser otro que el Cervantes de Sanabria, pero sólo se lo dije a mi compañero en el recreo y no me hizo mucho caso.
La sensación general era que ese viejo libro era insufrible, y nos lo habían hecho leer sólo porque el nombre del autor era el mismo que el del instituto, así los del “Lope de Vega” tendrían que leer algo de este otro. Lo único bueno de todo esto es que se organizó una excursión a Alcalá de Henares, lugar donde había nacido Cervantes, y nos llevaron a su casa, que me gustó mucho, aunque después haya sabido que no es seguro que lo fuera.
Pero en definitiva el librillo me había parecido un tostón inaguantable que no tenía nada que ver con las aventuras del Príncipe Valiente o Amadís, mucho más divertidas. Lo mejor del libro es que era muy corto, aún así consideré que ya había tenido suficiente dosis de Quijote, que ya lo había “leído”, no me había gustado y juré para mis adentros que no volvería a leer nunca más nada de Cervantes y a ser posible no saber más de él en mi vida, pues ya había cumplido sobradamente con esa “lectura”.
En el siguiente verano, después de unas semanas en Galende, fuimos toda la familia a pasar los casi tres meses restantes de vacaciones al nuevo destino de mi padre, otro pueblo pero más grande e importante. En el coche, por el camino, iba oyendo explicaciones y características del mismo, mientras pasaba por primera vez en mi vida por Ocaña, o por Puerto Lapice, que alguien, y no se por qué, pronuncio Lapiche y a mí se me quedó esa “che” para toda mi vida en una especie de dislexia irrenunciable. Lo que se decía del nuevo destino es que tenia hasta dos cines en lugar de uno, pues debía de tener cinco o seis mil habitantes, creí oír, y su nombre, muy largo y rimbombante, era acortado allí, llamándose simplemente Infantes.
Era hecho notorio y conocido que Quevedo murió allí, lo que unido a ser el pueblo de Santo Tomás de Villanueva, glorioso joven que, según me contaron mis nuevos amigos, resistió las tentaciones de las bellas mujeres que su padre le metía en su habitación por las noches, a ver si se animaba y renegaba de convertirse en religioso, todo ello hacía que me pareciese un lugar con leyenda. Cuando llegamos se vio claramente que mi padre había subido de categoría ¡menuda plaza!, y señorío no le faltaba. Todo eran casas con escudos de piedra y muchas iglesias y conventos.
Enseguida lo recorrí los primeros días con la bici pequeña, que era la mía, calle tras calle y rincón por rincón, cumpliendo además una vieja manía que tenía, que era llegar a cada extremo de un pueblo hasta ver el campo y todas las salidas, que en este caso eran muchas. Las carreteras que salían de allí eran muy prometedoras, había mucho que explorar, pero tenía que crecer un poco más para que me dejasen ir de excursión. Mientras, en coche, se fueron realizando viajes a los alrededores, como a un sitio llamado Montiel que resultó ser una preciosidad y daba su nombre a toda la región, cuya capital era Infantes, y también daba su apellido a Sarita Montiel, la más bella y famosa del momento. Más lejos estaban las lagunas de Ruidera, que me parecieron bonitas, aunque viniendo de Sanabria y su lago no me impresionaron mucho.
En este pueblo pasé 6 o 7 veranos largos, larguísimos, casi todos enteros (un año las idas a Galende se acabaron), de casi cuatro meses, pues en aquella época las vacaciones estivales eran así, coincidiendo los finales con la vendimia, que era cuando se veían montones de tractores llenos de uvas por las carreteras, dirigiéndose a la nueva Cooperativa del Vino, en la salida de la carretera a Valdepeñas. Yo me había aprendido el truco, me lo habían enseñado los chicos del pueblo, de situarme con la bici detrás del tractor y gritar a las vendimiadoras ¡dame una uva, dame una uva! y enseguida alguna me tiraba un racimo y si tenía suerte y habilidad lo pillaba con las manos, si no, tenia que dar la vuelta y recogerlo de la carretera.
En esos años fui ascendiendo de bicicleta y de radio de acción. Fui muchas veces a Montiel, y la carretera de Valdepeñas o la de Villahermosa fueron también mis favoritas. Pero un año me aficioné a ir por la de Cózar, y más allá a Torre de Juan Abad, tratando de llegar hasta Villamanrique. Un reto, pues si me pasaba de la raya me veía obligado a volver de noche, sin luces y andando con la bici a un lado. Era una carretera más tranquila y sin tanto tránsito, y salía todos los días sin faltar después de comer, con la fresquita, que si se conocen los veranos manchegos es asunto de valor extremo y hasta de temeridad, pues el sol pica de lo lindo. Normalmente volvía al anochecer, justo a la hora del paseo por la calle mayor hasta el parque, y después de la cena a veces iba a uno de los dos cines, pusieran lo que pusieran, a comer pipas.
Pero otra vez me iba a encontrar, ¡que casualidad!, con Cervantes, pues a más leyendas el pueblo contaba con otra según la cual ese era el verdadero lugar de la Mancha de cuyo nombre, nadie sabía por qué, no había querido acordarse el autor. Se decía que sin duda era Infantes, que si por ser la capital del campo de Montiel, que si por los apellidos que había en el pueblo que aparecen en el Quijote largamente. En definitiva, era sentimiento y convencimiento general que ese lugar era la aldea de Sancho, y ¡cualquiera dudaba! Así pues se trataba de una villa cargada de historia por todas partes y llena de piedras vetustas, todo lo cual hacía que uno se sintiera en un sitio muy especial, una especie de atalaya cultural de la Mancha, no un lugar cualquiera.
Uno de esos años, no recuerdo cual, pero de los últimos que allí pasé, durante una larga tarde de siesta, convaleciente de unas fiebres muy altas que me habían dado, se me ocurrió preguntar a los Parra, pues vivíamos alquilados en las habitaciones de abajo de su casa, si había algo de cierto en cuanto a lo de este pueblo como “el lugar de la Mancha” del Quijote. Coincidía todo esto con una campaña turística iniciada poco tiempo ha, por la que toda villa manchega, sobre todo si estaba cerca de la carretera general, tenía que poner un gran cartel en las principales entradas del pueblo que dijese: “En un lugar de la Mancha…”, y los puntos suspensivos indicaban que aquel cuya entrada había sido adornada con tal rótulo era o podía ser el citado lugar. También se habían remozado e incluso reconstruido algunos molinos de viento, que se veían al venir de Madrid, una vez pasado Ocaña a la derecha. Por lo tanto el tema estaba de moda y allí fardaban de ser inequívocamente el pueblo con más posibilidades de acertar en esta historia, tanto que los puntos suspensivos de cada cartel que veía cuando venía de mis correrías, parecían ser mejores puntos que los de los otros pueblos. Y hasta habría que quitar los rótulos de los demás, pues se adueñaban del único titulo verdadero que correspondía, para mis ojos infanteños, a nuestro pueblo, habiéndome casi olvidado del otro lugar en Sanabria.
Digo de los Parra que eran simpáticos a más no poder, y unas bellísimas personas los dos, pues eran padre e hija: Pedro, ya muy mayor, y Nati, que era un encanto, también con las sienes plateadas. Tenían una casa hermosa, típica manchega, en cuya parte superior vivían ellos y en la inferior mi familia. Yo les hacía muchas visitas, pues me llevaba muy bien con ellos, especialmente con Nati, a la que quería mucho. Una tarde, digo, sin saber por qué o por hablar de algo con ellos, pregunté a Nati qué podía haber de verdad en toda aquella historia del “lugar” e Infantes. Ella, prudente, me dijo que algo había, pero también que ¡vete tu a saber!, ¿quién lo sabía?, pero, a falta de otro mejor, Infantes ofrecía muchas posibilidades de que así fuese.
Algo así me dijo Nati mientras el padre rumiaba entre los dientes y negaba con la cabeza, como deseando decir alguna cosa, pero Nati, que debía saber qué es lo que quería decir el otro, le hacía callar suavemente como diciendo ¿para que le vas a decir eso al muchacho, si no lo va a entender? Pero Pedro me dijo algo, que no oí bien, y Nati se lo recriminó dulcemente, y entonces su padre, picado, lo dijo más alto y por fin pude entender que decía ¡Cózar!, ¡y tu que sabes! le decía Nati.
Pero sintiendo que debía darme una explicación de todo aquello, me dijo que su padre pensaba que Infantes no podía ser la aldea del Quijote y Sancho porque era villa demasiado grande, incluso en aquellos tiempos, con siete iglesias y muchos conventos que ya existían entonces, y que la verdadera aldea, si existía, sólo podría tener un cura y un barbero, y no muchos. Por todo ello pensaba su padre que Infantes no podía ser, pero sí Cózar, que estaba al ladito, diez Km. al sur, y mucho más pequeño, llamándose antiguamente Casas de Cazar porque había mucha caza. Todo lo cual, según Pedro, y a Nati se la notaba que en el fondo también le iba esta otra teoría, era más congruente y estaba más en consonancia con el “galgo corredor” que se mencionaba en la primera frase del Quijote. Además Pedro decía que lo de “de cuyo nombre no quiero acordarme“era porque quizá Cervantes, que era algo jugador, debía haber apostado a las “tacillas”, juego único y típico de Cózar que podía mover mucho dinero, y que le habría ido mal, pues también tenía muy mala suerte en el juego, y debido a eso no querría acordarse de su nombre.
A mí, por las explicaciones que me dieron también me pareció que sin duda Cózar era más acertado que Infantes, y además tenía algo ese pueblo que me gustaba, aparte de una fuente de estupendisima agua en la que bebía siempre que pasaba sudoroso por allí, que era casi todos los días tratando de llegar a Villamanrique, mi pique de ciclista solitario. Fue lo de las tacillas lo que me convenció por completo por lo que después contaré. Porque de lo que más me acuerdo de esa tarde fue lo que pasó a continuación, y es que a mí me llamaron de abajo para merendar, así que me despedí rápidamente de ellos y salí de la habitación, pero cuando iba por el corredor hacia la escalera Nati salió también y me llamó, se acerco hasta mí y recuerdo que, acariciándome amigablemente la mejilla con una mano, me hizo prometer, más bien comprender, que no debía decir nada de aquello en el pueblo, pues “ya sabes como son en los pueblos, que todo se comenta“, y sí se sabía que los Parra iban diciendo por ahí que Infantes no era el “lugar de la Mancha” habría habladurías. Así se lo prometí y cumplí fielmente, pues había entendido perfectamente lo que me quería decir.
Lo de “las tacillas”, digo, era lo que más me había convencido, pues había jugado muchas veces a ese juego, ahora diré cómo. En las fiestas de Cózar, hacia mediados de Septiembre, en plena vendimia, se jugaba y apostaba, a veces mucho dinero, a las llamadas “tacillas”. Estas consistían en dos agujeros enormes que había en el suelo, al lado de la iglesia en la plaza mayor, y que tenía cada uno la forma de medio enorme huevo de avestruz, siendo dos para que se pudiera jugar en dos sitios a la vez, pues se jugaba sólo con uno. El caso es que dentro de cada agujero, cuyas paredes eran de cemento y debían estar muy lisas para que corrieran bien las bolas, había una hendidura grande que se llamaba olla o cazo o cazoleta o algo parecido, y a los lados dos hendiduras pequeñas y alargadas. El juego consistía en tirar ocho bolas a la vez en la tacilla y se podían quedar en las hendiduras en cualquier combinación posible, pero lo único que contaba era el número de ellas que quedaba en la cazoleta grande, si era par ganaba la banca, esto es el que había tirado las bolas y apostado el dinero inicial, si eran nones ganaban los otros, los que habían aceptado la apuesta.
Yo nunca vi jugar allí, todo esto lo sé por las descripciones que me hicieron. Pero sí jugué con mis hermanos en casa, pues no se nos ocurrió otra cosa que hacer un agujero en una vieja guía de teléfonos, con sus ranuras y todo, y de dinero utilizábamos recortes de periódico y en vez de bolas tirábamos garbanzos. Yo me arruine varias veces, y al que le pasaba esto tenia que ir con unas tijeras y empezar a hacer más recortes de periódico. Recuerdo que en mi codicia y desesperación trataba de cortar más hojas de las que se podían, doblándose a veces las tijeras, y hasta me llegué a hacer una pequeña ampolla en la mano del afán con que me aplicaba para obtener más, volver y recuperarme, cosa que nunca pasó. Pero lo que se me quedo grabado fue la desagradable sensación de arruinarme una y otra vez, debía tener mala suerte, como Cervantes, según decía Pedro Parra, y por eso le había entendido tan bien que no quisiera acordarse del nombre de este pueblo.
Así que me quedé con esta cantinela del lugar de la Mancha, y si bien jamás lo comenté en Infantes, cuando no estaba allí, siempre que podía, presumía de saber cual era el auténtico lugar y aldea del Quijote, Cózar, de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes por lo que yo sabía o creía saber, y, por si fallaba, guardaba en la recámara el pueblo de Zamora. En cuanto se me presentaba una oportunidad lo soltaba, cosa que era rara, pero que fue en tres o cuatro ocasiones a lo largo de mi vida, con resultados varios, alguno de los cuales trataré de explicar en este libro y con las consecuencias que más adelante se verán. Casi siempre lo decía con total seguridad y certeza, tratando de despuntar de agudo, con mucho cachondeo por mi parte, pero poniéndome muy serio y grave para causar más impresión y por si colaba.

CAP. XII . DONDE SE CUENTA COMO UN SUBDITO DE LA REINA GINEBRA, TUVO UN ENCANTAMIENTO CONSISTENTE EN UNA MANCHA ROJA EN UN OJO

CAP. XII . DONDE SE CUENTA COMO UN SUBDITO DE LA REINA GINEBRA, GRAN SABIO ESTUDIOSO, TUVO UN ENCANTAMIENTO CONSISTENTE EN UNA MANCHA ROJA EN UN OJO TAL QUE A CUALQUIER LUGAR QUE MIRASE SE LE APARECÍA, CREYENDO ÉSTE QUE ERA COSA DE MAGIA POETICA.
Un libro lleva a otro, ya que me había llamado la atención la referencia a la Teoría de los Anagramas de Ferdinand de Saussure, del cual hacía no mucho tiempo que había leído su “Curso de Lingüística”, habiéndome gustado e interesado enormemente. Después de husmear un poco por las librerías me acabé comprando un libro, uno más, llamado “Las palabras bajo las palabras. La teoría de los anagramas de Ferdinand de Saussure” de Jean Starobinski, donde se cuenta el caso de unos trabajos realizados en el periodo 1906-1909 por el ginebrino padre de la lingüística poco antes de comenzar a elaborar el ya mencionado, inacabado y póstumo “Curso de lingüística”, pues tampoco lo publicó, siendo alumnos suyos los que a su muerte lo entresacaron de sus notas y apuntes.
Starobinski empieza a estudiar una colección de cuadernos llenos de tachaduras, 135 si no he contado mal, por lo cual me siento solidarizado y acompañado en mi tarea analítica, y aún le admiro grandemente por su esfuerzo, le han tocado muchísimos más que a mí. Estos cuadernos, y alguna correspondencia de Saussure, están referidos a una manía obsesiva que le dio al ginebrino al considerar que para la composición de poesías se usaba una técnica oculta basada en los anagramas, si bien he de decir que no eran exactamente eso, sino lo que él denomina hipogramas o también paragramas, esto es un tipo de anafonía no perfectamente cuadrada y que poco tienen que ver con los anagramas menardianos perfectos, cuya cuadratura matemática es esencial.
En los de Saussure no sólo no hablamos de anagramas perfectos sino que la imperfección es grande, es más, sólo se refiere a una especie de idea o motivo, maniquí lo llama él en algún momento, que cree ir descubriendo en los versos que analiza. La idea suya comienza al tener que preparar un curso sobre poesía francesa, y para esto empieza a estudiar la poesía en general y en cualquier idioma y época. Se dirige en principio a versos antiguos griegos, luego latinos y después hacia cualquier lengua o edad. Finalmente, en su obsesión, descubre estos seudoanagramas en cualquier sitio, incluso en la prosa antigua o moderna, acabando medio loco pues lo veía en todas partes, incluso en sus mismos escritos. Por supuesto no lo publicó, pues se dio cuenta a tiempo de su manía obsesiva y de su error, dedicándose, afortunadamente para la humanidad, a la preparación de su Curso de Lingüística.
El asunto al que se refiere Saussure es un tal concepto de palabra-tema. Así en la Eneida (a Virgilio le dedicó nada menos que 19 cuadernos) cree ver que a lo largo de sus versos está oculta esa palabra-tema, que en este caso piensa que es “priamides”, esto es hijo de Príamo, rey de Troya, y así se lanza a descubrir como escondido entre los renglones está ese termino, “priamides”, por todos los versos, y si en alguno fallase, en alguna letra o letras, es que hay un préstamo de estas en el verso siguiente o siguientes. En otro texto de Tito Libio la palabra-tema es Apolo, porque así lo ha pensado o elegido, y en otros textos de otros autores escoge a su gusto la palabra que más le gusta o considera adecuada. Una locura completa, y si Menard hubiese sabido de esto, que no pudo saberlo, hubiera dicho: pues bien facilito me lo pones ¡así cualquiera!
Para otras poesías elegía otras palabras-tema, y así empezó a rellenar cuaderno tras cuaderno, con muchas tachaduras observables, dedicándose a los versos saturnios (17 cuadernos y un fajo de añadidura), Homero (24 cuadernos), Séneca y Horacio (1 cuaderno), Lucrecio (3 cuadernos), Ángel Ponciano (11 cuadernos), Ovidio (3 cuadernos), Thomas Johnson (13 cuadernos) o 26 cuadernos dedicados a la métrica védica, y muchos más a diferentes autores. En los Nibelungos buscaba las palabras tema en acontecimientos o personajes históricos, y en otros casos lo que a él se le ocurriese o considerase oportuno.
He de decir que la lectura de este libro me animó mucho, me consoló, y me hizo ver que mi empeño en analizar los pocos, en comparación, cuadernos de Menard era una tarea posible, pues muchas veces la creí inabordable por lo farragoso del trabajo y lo desagradecido que es tratar de explicar una locura maniática de alguien, por muy importante e interesante que sea. Por otra parte mi trabajo me parecía estar basado en hechos más serios y concretos que los de Saussure, así Menard era más estricto, más exigente consigo mismo, y más difícil en su objetivo. Aún admitiendo prestamos de otros renglones no dejaba de intentar encajar las letras sobrantes, si consideramos que para él la palabra-tema era la firma, de alguna manera, del autor. No descuidando cuadrar las otras letras en frases vueltas con cierto sentido, cosa que aunque lo intentaba no conseguía, pero hay que reconocerle que el método en principio era más serio y riguroso que el del ginebrino.
Por otro lado Saussure planteaba un tema de lo más curioso y de una belleza enorme, intentar explicar la poesía mediante un método general, el abismo de la invención e inspiración poética mundial e histórica, en todos los idiomas, compendiado en leyes anagramáticas de amplio espectro y manga ancha. Pierre, más humilde, sólo lo intentaba en un autor y en un único idioma, que por no ser el suyo habría que darle unos puntos más, y con un motivo, la búsqueda de un cierto lugar, que, aunque no tiene por que ser cierto o existir, si podemos decir que lo tenía bien fundamentado, trabajado y estudiado.
Me gustó también, en este libro, saber que Saussure reconocía tener horror a la pluma, lo mismo me pasa a mi, y que tenía que rehacer 4 o 5 veces cada frase, siendo mi caso mucho peor pues veo a veces que es hasta 15 o 20, y aún así no me quedo contento y siempre pienso que me quedan mal. Aunque tengo cierta excusa pues estoy tratando el Quijote, tan increíblemente bien escrito, bordado en cada frase sin excepción, y en su comparación cualquier cosa que escriba me parece sosa y no pensada. Pero antes de escribir nada ya me había dado cuenta que intentar un mínimo contrapunto a Cervantes era cosa ilusoria, ni intentarlo por aproximación. Si no hubiera llegado a esta conclusión creo que no hubiera podido poner ninguna frase, pero en esta vida hay que ser humilde, y más si se esta empezando a escribir y encima sobre el príncipe de las letras y basándose en los estudios de un trilero galo y loco.
Pero volviendo al asunto de Saussure y sus anagramas, la cuestión es que se fija en algo tan nimio como encontrar material fónico suficiente como para buscar una palabra-tema (hipograma, que no es lo mismo que anagrama, ni mucho menos) y analizar los versos, buscando compensaciones fónicas en otros versos, cuanto más cercanos mejor, cuando así lo necesita, y si se hace de forma perfecta lo llama anagrama (mal llamado), y si no anafonía, que sería la forma imperfecta, según él.
Veo también que no se trata de leer con las mismas letras un verso distinto, que es justo lo que Menard intentaba. En el libro de Starobinski se informa de que Tristán Tzara creía que Francois Villon utilizaba este método, el que buscaba Menard, para la composición de sus poemas, e incluso se sospecha algo así de François Rabelais.
Sin embargo Saussure no lo tenía nada claro, de hecho no sólo no lo publicó sino que lo dejó aparcado por imposible, pero eso no quita el poder decir que durante unos años de su vida le obsesionara por completo. Ya he dicho que cuando creyó confirmar su teoría en la poesía se dedicó a la prosa, con los mismos resultados positivos, y ahí es donde se debió empezar a mosquear un poco. En todos los sitios que miraba veía lo mismo, anagramas, de los suyos claro, lo cual le desconcertaba totalmente. El azar no puede repetirse una y otra vez, aquí hay algo. En la poesía pensaba que podía tratarse de un método, una regla, un truco, utilizado secretamente por los poetas, que se lo iban pasando unos a otros de generación en generación, sin que nadie, excepto él, se hubiera percatado. Pero en prosa la cosa cambiaba.
Así pues, empezó a darse cuenta de que algo no funcionaba, algo fallaba en su argumentación, tenía que haber un error en todo esto. Y así descubre que hay un “riesgo de ilusión”. Georges Mounin, otro comentarista de estos cuadernos de Saussure, nos dice que cuando miramos a todas partes y siempre hay una mancha roja, lo más seguro es que haya una mancha roja en nuestro ojo. Y esto es lo que le pasó al ginebrino, que con su obsesión y su liberalidad para elegir una palabra-tema, la que mejor le viniera, con compensaciones de letras o fonemas, a elegir, entre versos y todas las facilidades que se le pudiesen ocurrir, llegó pues a encontrar lo que buscaba en todo, verso o prosa, cualquier época, idioma, y lo que se le pusiese por delante, incluso en sus mismos escritos.
Con la poesía llegó a pensar en una formula secreta de los poetas, una tradición oculta jamás revelada, un secreto celosamente guardado al igual que los magos guardan sus trucos cual tesoros escondidos con celo profesional. Starobinski se pregunta ¿ningún traidor a través de generaciones? Saussure llegó a tratar de sonsacar epistolarmente a un poeta de forma tímida para que le hablara de todo esto, y, tras una primera carta, a la segunda se quedó sin respuesta.
Más tarde Saussure empieza a comprender su error, su obsesión crea la ilusión y confunde una necesaria armonía sónica, que cualquier poeta suele buscar lógicamente, con un método mal llamado anagramático. En realidad la armonía puede exigir aliteración (búsqueda de sonidos repetidos afines), ecos, consonancias, espectros, subconsciente, musicalidad concordante, y todo lo que pueda hacer inducir a pensar en una o unas palabras-tema que armonicen y reúnan todo el aroma que rodea un poema.
Como cosa curiosa ha caído en mis manos estos días un artículo en EL PAIS, escrito por Octavio Martí desde Paris, sobre el poeta oulipiano (considero que Pierre Menard es un precursor del Oulipo, movimiento literario del que hablaré más adelante) Jaques Roubaud, el cual en un momento dado dice:
“Si usted, por la mañana, se levanta y tras el café de rigor se sienta ante una hoja en blanco, es duro, muy duro. Pero si tiene que escribir un poema para celebrar, pongamos por caso, una boda, entonces la imaginación se pone en marcha. ¡Epitalamios se han hecho toda la vida! Decides que para escribir los primeros versos sólo utilizaras las letras que figuran en los nombres de ella, que en los versos siguientes te limitaras a las letras de él para, por fin, puesto que de festejar una boda se trata, mezclaras las letras de los dos en el último verso. Porque si uno no se fija unas reglas, puede acabar por escribir lo que ya está escrito.”
Esto es un ejemplo para mí de uno de los millones de trucos, técnicas, sistemas o métodos que los poetas pueden emplear para hacer sus experimentos poéticos, no el único ni mucho menos como hubiese pensado Saussure en los momentos álgidos de su manía obsesiva. Y es que algo de lo que él buscaba puede haber en algún momento y con algún poeta, y sólo en cierta medida, pero no siempre y con todos los poetas, idiomas, épocas, y hasta con los prosistas, incluido uno mismo.
En 1960 Raymond Queneau y François Le Lionnais crean un movimiento literario llamado Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle o taller de literatura potencial) en el que se integran de forma general escritores que practican con trabas, inventándose reglas demenciales (por ejemplo, escribir un libro sin utilizar una determinada vocal, o poemas de una palabra por verso) y se definen como ratas que deben construir ellas mismas el laberinto del que se proponen salir. Mezclan matemáticas y literatura, y se ofrece un procedimiento de creación donde conceptos como restricción, semántica, fonética, combinatoria, algoritmo, fractal, son importados de las matemáticas y se aplican a las palabras y las letras.
De ahí a considerar que ha existido ese tipo de talleres literarios desde la antigüedad y que sus técnicas han sido secretas y se pasaban de generación en generación sin ningún traidor que les delatase, es caer en un espejismo en toda regla. Con todo, ya digo, este fiasco de Saussure (¡y antes de ponerse a escribir sus apuntes para su genial Curso!) me animó mucho, siendo de las pocas cosas que lo han hecho mientras escribo este libro, pues entre la marrullería emborronada de los cuadernos de Menard, y lo liante y caótico de todo este tema, muchas veces pensé en tirar la toalla y considerar todo este asunto de las aventuras anagramáticas de ese loco francés como algo despreciable por ser excesivamente disparatado y extravagante. Pero ya ven, Saussure en persona, respetado y admirado científico de la lengua, por menos se molestó más, y eso me sorprendió y ayudo en definitiva a tomar el bolígrafo y apuntar con él en dirección al papel, y poder así contar algo menos alocado, aunque también en ese punto y dirección, como lo son mis análisis sobre la documentación de Menard.